Las exigencias de una feliz Navidad

Opinión 24 de diciembre de 2019 Por El Objetivo
Es una época festiva, pero en ocasiones, viene acompañada por una angustia difícil de explicar. Por alguna razón, las pérdidas a lo largo de nuestra vida se hacen más tangibles en ésta época del año.
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Las exigencias de una feliz Navidad

Se aproxima la Navidad y con ella las reuniones familiares, los eventos de Fin de Año, la odiosa costumbre de realizar un balance personal, la planificación adecuada para poder cumplir con todo lo que se nos ha impuesto desde un orden social e histórico que nos engloba y nos exige que no sólo sea una navidad, sino, además una feliz Navidad. Creyentes o no, consumistas o no, todos la festejamos en mayor o menor medida, con las tradiciones que pasaron de generación en generación o implementando nuevas.

Es una época festiva y, no obstante, en ocasiones viene acompañada por una angustia difícil de explicar. Por alguna razón, las pérdidas a lo largo de nuestra vida se hacen más tangibles en ésta época del año y la ansiedad depresiva por ellas desencadenada, nos vulnera y sensibiliza. Pensando en esa angustia es que la relacioné con una pregunta que mi hijo mayor me hizo hace un par de años, ya se imaginarán cual fue ¿no? Cuando la respondí noté como la tristeza invadía su carita y dijo: “Me dijiste que nunca me ibas a mentir”. Eso fue demoledor, toda la vida pregonando un discurso y de repente sí le había mentido y lo había lastimado.

"Es una época festiva y, no obstante,
en ocasiones viene acompañada por
una angustia difícil de explicar".

Tuvimos una larga conversación y luego preguntó si había algo más que tenía que saber, a lo que respondí sobre aquellos monarcas que vienen de muy lejos en enero. Hoy, con 11 años, le pregunté qué sintió en ese momento; su respuesta fue lapidaria: “Sentí que se me rompía el corazón y que ya no era un niño”. Y sí, creo que fue así como nos hemos sentido todos cuando llegó ese momento, engañados por las personas que más nos aman, un golpe que nos hizo crecer muy bruscamente. Sin embargo, también pienso que valió la pena vivir esa desilusión tan grande a cambio de todos los años de ilusión, de alegría y enojo incluso por recibir el regalo que no queríamos.

Ahora, nos encontramos como adultos, determinados y resueltos, todos muy ocupados, en general cansados y a su vez con una sensación de desasosiego que hace que no queramos ni pensar en la Navidad, quizás el duelo de la ilusión de niños, de la muerte de la infancia ha dejado en nosotros, una herida que no sana y que se renueva cada año, haciendo que añoremos aquellas navidades donde todo era expectativa, espera y asombro. Tal vez ahora pensar en un niño en un pesebre, nos haga pensar en todos los niños de nuestro país que no van a tener ni regalos ni ilusión, a los que haya que explicarle que a veces Papá Noel no los encuentra porque no es precisamente un Papá Noel inclusivo, también pensamos en los que ni siquiera tienen un pesebre en el cual refugiarse, una familia que los sostenga.

"Ahora, nos encontramos como adultos,
determinados y resueltos, todos muy ocupados,
en general cansados y a su vez con una
sensación de desasosiego que hace que no
queramos ni pensar en la Navidad".

Como adultos nos duele el dolor de tantos, pero, además, nos duele por nosotros mismos, por los que ya no están, pero sin embargo están tan presente, por la ilusión que no volverá, por la magia en la que ya no se puede creer. Pero por sobre todas las cosas, pensamos en nuestros propios pesebres, en nuestras familias que son el primer grupo del que formamos parte y el que va moldeando nuestro psiquismo, cuya función yoica o de sostén es la de continencia y desciframiento, la familia a la que tanto se le exige y la que tanto se ha trasformado a lo largo de los años, que nos enseñó a vivir y a sentir; no importa si son familias tradicionales, monoparentales, homoparentales, ensambladas, familias de hecho, amigos que son familia; lo que tiene relevancia es que la familia es el basamento de la sociedad, su núcleo primario, de la que emergemos y a la que retornamos, familias imperfectas, reales, llenas de aciertos y desaciertos.

Allí es donde seguramente elegimos pasar ésta fecha porque la ilusión y la desilusión que ella nos brinda, son necesarias para la salud mental, desde niños y hasta el último día de nuestras vidas, los limites que nos ponen, las frustraciones que debemos asumir, los duelos que debemos elaborar; la vida entonces, está compuesta por un sinfín de contradicciones que nos atraviesan permanentemente, quizás si aprendemos a sobrellevarlas y a aceptarlas podamos desandar esta navidad con los que elegimos en nuestra mesa, con lo mucho o poco que tengamos para compartir, pero juntos en ese momento, pensando en comunidad, dándonos cuenta allí, que no estamos tan solos como creíamos, que todavía podemos hacer cosas juntos, que podemos creer en nosotros mismos.

Podemos tratar de elaborar el duelo por esa niñez perdida, por la sensación mágica que ya no puede volver, intentar sanar la herida que no cierra frente a la dura realidad que nos interpela, aceptar la tristeza como parte de la vida, como parte de la alegría de la que pronto dará lugar, permitiéndonos disfrutar de lo que tenemos ahora, que nuestros ojos de adultos conozcan la realidad con conciencia crítica, pero mirando aún un poco con ojos de niños.

Por: Moira Corendo
Psicóloga Social

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