Síndrome del álbum lleno

Opinión 11 de enero de 2020 Por Moira Corendo
El llamado síndrome del álbum lleno no es un síndrome ya que no se corresponde con una patología, pero posee determinadas características en los niños como la apatía y el desgano.
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El llamado síndrome del álbum lleno no es un síndrome ya que no se corresponde con una patología, sino que fue designado así por el psicólogo Alejandro Schujman, posee determinadas características en los niños como la apatía, y el desgano frente a algunas actividades.

Su denominación metafórica para explicarlo fue tan gráfica como contundente: “Cuando nosotros éramos chicos, había figuritas difíciles y era casi imposible llenar un álbum, pero lo importante era jugar, cambiar en el recreo, completar una página o dos. Hoy el fabricante les da a los chicos el servicio de álbum lleno garantizado, los padres les conseguimos las figuritas difíciles”. Y sí, así vamos por la vida complaciendo a nuestros hijos en todo lo que podemos, llenándolos de todo el confort que logremos, intentando resolver su vida para protegerlos, para resguardarlos, ¿de qué? ¿de crecer?  

El mejor pasatiempo que existe para ellos se relaciona con los dispositivos electrónicos, pero a nosotros, que jugábamos de otra manera, nos parece una pérdida de tiempo e incluso dañino para su salud y limitante de su creatividad. Entonces observo que paso el día tratando de sacar a mis hijos de ahí con propuestas que considero divertidísimas, pero que ellos no; me miran entornando los ojos, con una media mueca que expresa: “¿En serio querés que juguemos a eso?”. Lejos de abdicar, me pongo la camiseta de “presentadora estrella” y continúo con la invitación, proceso bastante agotador ya que para que jueguen a la chocita, por ejemplo, no sólo basta con proponer, sino que además hay que comenzar a armarla y darles algunos lineamientos de qué cosas pueden hacer allí porque no tienen ni idea.

Así me encuentro de repente, jugando con ellos, divertidos y pasando un momento hermoso; el esfuerzo valió la pena, cuando comienzan a jugar ya no les parece tan fastidioso, se enganchan, disfrutan e imaginan que son personajes de otros mundos. Parece que la presentadora estrella ha ganado una partida. Pese a esa pequeña ganancia, es desesperante y frustrante desplegar todas esas artimañas para lograr un juego, sólo uno. No los apasionan nuevas maneras de jugar, y claro, los dispositivos electrónicos les brindan tantos estímulos difíciles de rechazar, con los que no se puede competir. Nos frustra que no jueguen, sin embargo, les damos todo servido en bandeja, les preguntamos qué quieren comer, qué quieren vestir, a dónde quieren ir, no los dejamos ni siquiera buscar la tarea, “su tarea”, porque se las conseguimos por WhatsApp; siempre el camino más fácil, siempre lo que menos creatividad para resolver problemas presente. 

Quizás a nuestra generación le tocó crecer demasiado rápido, los vaivenes sociales fueron acompañando la clase de padres que somos ahora: hijos de los albores de la democracia, fuimos los adolescentes del hiperconsumismo de los 90, esos que sólo se preocupaban por sí mismos, como todo adolescente, pero sumergidos en la década de mayor frivolidad por la que ha atravesado nuestro país; sin consciencia social, ni ambiental, vueltos hacia adentro, callados, absortos en nuestros propios pensamientos, con miedo a ser diferentes y a expresarnos.

Esta generación de padres no queremos lo mismo para nuestros hijos, queremos diferenciarnos de las anteriores, pero resulta que tampoco sabemos mediar y les otorgamos una vida tan esgrimida, tan acomodada, nos volvemos contemplativos para distanciarnos de nuestros propios padres a tal punto que ni siquiera damos lugar a que surja el aburrimiento, terminamos criando hijos tiranos, sobreprotegidos, demandantes y prepotentes, para quienes todo tiene que ser inmediato. Padres culposos que dan sin medida. Tal vez la culpa aparece en demasía debido a que fuimos tan críticos de nuestros padres que no soportamos la idea de que nuestros hijos vayan a criticarnos también, quizás no tengamos mucha tolerancia a la frustración. Posiblemente tampoco soportemos el aburrimiento en nosotros mismos y por eso no dejemos el espacio para él en nuestros hijos, por algo nos atiborramos de actividades recreativas siempre que podemos, ¿acaso sea porque no nos sintamos tan cómodos pensando, imaginando, creando, igual que ellos?   

Nuestros padres nos criaron de la mejor manera que pudieron, pensando en nuestro bienestar, con las herramientas que tenían, igual que lo hacemos nosotros, con errores, con aciertos. Todos cometemos errores, muchos errores, pero de eso se trata, de aprender de ellos, de enmendar con aprendizaje lo que vamos equivocando, de dejar la culpa de lado para poder hacernos responsables de nuestros actos, de lo que somos, comprometernos con la crianza de nuestros hijos, pero sabiendo que la equivocación es parte del crecimiento. Vamos a recibir críticas, es lo esperable por parte de los hijos, hay que estar preparado para ello y además para saber que todo lo bueno que les inculcamos también va a expresarse en valores. Aprendamos, aunque nos cueste, a no completarles el álbum, pero sí acompañarlos en el proceso de aburrimiento creativo. 

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