Invisibles

Opinión 25 de abril de 2020 Por Moira Corendo
El aislamiento social, preventivo y obligatorio ha profundizado la precariedad de miles de argentinos que viven en situación de calle.
FamiliaEnCalle

El aislamiento social, preventivo y obligatorio ha profundizado la precariedad de miles de argentinos que viven en situación de calle. En todo el país, se han reacondicionado centros, residencias y polideportivos para albergar a esta población, sin embargo, la problemática está atravesada por tal multidimensionalidad de factores incidiendo en ella, que hace imposible la asistencia de todos. 

Ricardo vive en la calle desde hace ocho meses con su compañera y sus dos hijos de 6 y 5 años. Tuvieron que dejar el departamento que habitaban porque ya no podían pagar el alquiler, poco a poco las deudas se fueron acumulando y el trabajo de vendedor ambulante no alcanzaba a cubrirlas. Sus familias viven en otras provincias y la situación económica para ellas no dista mucho de la pobreza estructural.  El fantasma de vivir en la calle siempre acechaba, ellos sabían que podía pasar, en los momentos de desesperación se vislumbraba como cruel posibilidad, pero también en los momentos de calma como solución a su situación, como única salida. Les daba miedo dar ese paso, pero finalmente el fantasma se precipitó sobre ellos.

El covid-19 no hizo más que incrementar el desasosiego del escenario, desde el Municipio les piden que hagan la cuarentena en los refugios, pero Ricardo sabe que eso implica que lo separen de su familia, que posiblemente le roben sus pocas pertenencias y que además se contagie con mayor facilidad, aunque considera a la enfermedad como al menor de sus problemas. Pese a su situación de calle, enviaban a sus hijos a la escuela y la escuela se convirtió en un remanso para todos, la escuela los acompañaba, los organizaba psíquicamente. Era un alivio para Ricardo y su compañera poder ocuparse de sobrevivir con un poco más de libertad durante esas horas, sabiendo que sus hijos estaban alimentados y educándose. Ahora ya no hay escuela que sostenga, tampoco tienen acceso a la plataforma educativa, los primeros días del aislamiento se acercaban a la escuela y la directora les entregaba la tarea impresa para que la realizaran, pero ahora, alejados de la zona, eso ya no es posible. Con un carro de supermercado y un cochecito de bebe como único equipaje, deambulan por la cuidad durante el día evitando controles y explicando la situación cuando se requiere, buscan su vianda en los comedores haciendo cola durante una hora y media, dos veces por día. Antes que el mundo se volviera loco, al menos podían sentarse en esos comedores sintiéndose parte de algo. A la noche procuran algún lugar donde no sean interceptados por las cuadrillas municipales. Así trascurre día tras día de la pandemia deseando que todo pase para poder volver a la normalidad y la normalidad para él, implica poder sustentarse con la venta de sus artículos. 

Las personas en situación de calle constituyen también un grupo de riesgo debido a que sus condiciones de salud en general no son buenas, muchos cuentan con enfermedades preexistentes y otras ocasionadas por la mala alimentación y la falta de cuidado médico. Asimismo, un alto porcentaje supera los 60 años aumentando considerablemente los riesgos ante la pandemia.

Se estima que el paso del coronavirus traerá aparejado entre un 45 y 50 por ciento de pobreza. Sujetos que no han podido generar ningún tipo de ingreso desde el 20 de marzo pasado, se agolpan, con la distancia social estipulada, en los comedores comunitarios que han triplicado sus raciones de comida. Antes del confinamiento no era necesaria su asistencia ya que se solventaban magramente con las changas y trabajos informales. Suspendida toda actividad laboral, el panorama se modifica drásticamente. Un mayor índice de pobreza reduce al mínimo las posibilidades de, que familias como la de Ricardo, puedan volver a tener un techo, volviéndolos la pobreza cada vez más invisibles. Invisibles para las campañas publicitarias que pregonan hasta el cansancio: “quédate en casa”, ¿en qué casa? Invisibles para los consejos que disminuyen el contagio y enuncian que lavarse las manos con agua y jabón es la mejor vacuna, ¿dónde lavarse las manos? Actualmente también invisibles para la sociedad que, resguardada en sus hogares, no contempla una problemática tan grande y desgarradora. Invisibles para el Estado y su falta de puestos de trabajo, el Estado y su falta de asistencia, el Estado y su falta de recursos para la educación, el Estado y su desidia. Un Estado que hace lo que puede y a veces puede tan poco.

No obstante, hay quienes pueden ver más allá de lo explicito, como la Señorita de la escuela a la que asisten los hijos de Ricardo para quien no son invisibles. Para ella, esos niños tienen nombre, conoce a su familia, su padecimiento, sus limitaciones para conectarse con el aprendizaje. Siempre hay una Seño que escucha, que espera, que alimenta el alma, que entrevé tanto dolor. Así es como todos podemos ver más allá de lo manifiesto como ella y comprometernos, aunque sea un poquito, en hacer que el sufrimiento invisible sea visible, compartido, disminuido, comunitario. 

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