El tupper azul

Opinión 10 de mayo de 2020 Por Moira Corendo
En la Villa 31 de Retiro, hay más de 230 casos confirmados de coronavirus y la transmisión ya es de carácter comunitario.
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El pasado 2 de mayo se produjo en la Villa 31 de Retiro la primera muerte por coronavirus, una mujer de 84 años, madre de la primera contagiada del barrio, quien ya se ha recuperado. Es ese hecho el que dispara todas las alarmas estatales ya que allí viven más de 40 mil habitantes y debido a las condiciones del barrio, la modalidad del aislamiento que se dispuso desde el Gobierno, consiste en una cuarentena comunitaria, es decir, se puede transitar por el barrio, pero no salir de él, lo que acrecienta las posibilidades de contagio.

Rita vive en ese barrio, en un departamento de 30 metros cuadrados, con sus cuatro hijos, su marido y sus padres. En la cocina comedor duermen sus padres con dos de sus hijos y ella con su marido y los otros dos niños, en la única habitación del departamento. A la hora del almuerzo de dividen por turnos, en ocasiones comen primero los niños y después los adultos o por el contrario todos juntos, sentándose los adultos en las sillas y los niños en las camas dispuestas a los costados de la habitación. En la cena, la dinámica familiar es diferente, por lo general, sólo cenan los niños. Los adultos, muchas noches a la semana toman mate con pan, si hubiese. La vianda que busca el marido de Rita en el comedor comunitario es un envase azul de helado que otrora pudieron comprar para darse un gusto; ahora devenido en tupper, su contenido no alcanza para los ocho. Pasaron 10 días sin agua y en este momento el suministro es fluctuante.

Se pasan el día esperando el camión cisterna que abastezca los tanques, a veces no pasa y la actividad cotidiana se desarrolla en función a sí consiguen un poco de agua o no. Hábitos que para una parte de la población tienen una frecuencia diaria y ni siquiera registramos, allí, poder bañarse, cocinar, lavar los platos, es una hazaña. Rita tiene miedo, aún no conoce a los infectados, pero sabe que el virus está cerca, que está por donde ella ha pasado, por lo puestos donde ha comprado. Teme por su vida y la de su familia, teme que se lleven a sus padres y que no pueda volver a verlos, está cansada, la vida siempre ha sido dura con ella, pero ahora es peor, sin trabajo, sin agua y con una gran tristeza que la agobia tanto como el ruido en su panza por las noches. ¿Cómo hacen Rita y su familia para cumplir con las medidas recomendadas? ¿Cómo lavarse las manos con jabón asiduamente para eliminar el virus, desinfectar las superficies, lavar la ropa apenas se ingresa de la calle? ¿Cómo sin agua y compartiendo un único baño entre ocho personas?

El martes comenzó un operativo que trabaja conjuntamente entre Nación y el Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires testeando casa por casa, además de informar sobre las medidas preventivas y los síntomas de alerta, identifican los contactos estrechos para aislarlos y poner en funcionamiento una campaña de concientización pensada puntualmente para los barrios populares, con el fin de evitar más contagios. Las organizaciones sociales lo advirtieron apenas conocido el decreto de necesidad de urgencia sobre el aislamiento obligatorio, desde el Gobierno también sabían que el grado de contagio en los barrios populares era mayor que en cualquier otro barrio, sin embargo, no es hasta que sucede la primera muerte, que se hace presente.

Apenas despuntaba la información sobre la pandemia decíamos, ilusionados con algún tipo de equidad, aunque más no sea en esta situación, que se trataba de un virus que no discrimina, embistiendo tanto a grandes magnates como a personas en situación de calle.

Rápidamente entendimos que nuestra ilusión utópica no podía aplicarse ni siquiera en este escenario tan extremo de salud. La desigualdad social y la pobreza es una pandemia que tiene atrapados a más del 40% de la población y los muertos que el Covid-19 se va a llevar, en su mayoría pertenecerán a esa franja social. En la Villa 31 hay más de 230 casos confirmados, la transmisión del virus, por consiguiente, ya es de carácter comunitario y el hecho que el Gobierno se presente ahora con sus folletos explicativos, no consigue atenuar el contagio, la concientización de la enfermedad siempre es importante, sin embargo, como prevención.

Quedarse en casa como recomiendan los spots publicitarios bajo condiciones habitacionales como las de Rita, es prácticamente inhumano, la vida en los barrios populares transcurre por fuera, lo público y lo privado tienen una fina línea divisoria. ¿Entonces, es demasiado tarde? No, nunca es demasiado tarde para quienes viven en comunidad, puesto que, antes que llegara el Estado con sus chalecos vistosos y propaganda bordada, ya estaban las organizaciones sociales sosteniendo lo que ese mismo Estado deja caer, alimentando en comedores improvisados, enseñando oficios y ahora, además, instruyendo sobre las medidas preventivas, resistiendo. Visibilizando a los que nadie quiere ver, entregándole el oído a los que duele escuchar, enfrentado cara a cara a la pobreza, dándole voz a los que siempre quieren acallar, soliviantando el miedo y la tristeza de Rita y de tantos otros, llenando los tupper azules no solo de comida sino de existencia, nutriendo sueños.

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