Pueblo originario, pueblo masacrado

Opinión 13 de octubre de 2019 Por Moira Corendo
La principal causa de muerte de los pueblos originarios fue a manos de los europeos vejándolos, quitándoles sus tierras y asesinándolos.
DescubrimientoDeAmerica

El antropólogo brasilero Darcy Ribeiro planteó que, a finales del siglo XV, cuando desembarcaron los conquistadores europeos en América, existían aproximadamente 70 millones de aborígenes. Un siglo y medio después sólo quedaron unos tres millones y medio, lo que convierte a la conquista española en el mayor genocidio que pueda haber sufrido la humanidad.

La invasión del imperio español dejó como resultado muerte, desolación, saqueo de los recursos y riquezas naturales. Los pueblos originarios fueron esclavizados, torturados, despojados de su tierra, de su cultura, de su ideología y evangelizados. No sólo exterminaron a millones de pobladores de la región, sino que también secuestraron, torturaron, deportaron, mercantilizaron y esclavizaron a miles y miles de habitantes del continente africano como mano de obra barata hacia el “nuevo” continente. Pese a toda la controversia existente con respecto a estos datos, se ha comprobado empíricamente que el genocidio americano sí existió y que esto no se corresponde con la leyenda negra de los enemigos del Imperio Español. Por consiguiente, además de las enfermedades que los españoles con su arribo desarrollaron en suelo americano contribuyendo con la muerte de los nativos por contagio, que reza dicha leyenda, la principal causa de muerte de los pueblos originarios fue a manos de los europeos vejándolos, quitándoles sus tierras y asesinándolos.

Cuando éramos niños, en los actos del 12 de octubre, nos vestíamos de “indiecitos” con bolsas de arpillera y la actuación consistía en un baile que le realizábamos a otros niños caracterizados como españoles, también les entregábamos espejos, frutas y artesanías, claro, de manera muy pacifica, sonreíamos mientras concedíamos nuestras ofrendas al tiempo que venerábamos a un tal Cristóbal Colón, de ropas muy lujosas. Todos los niños deseaban que les tocara ese papel, pero no, sólo era para uno, tal como ahora ¿no?, el papel principal es para unos pocos y el resto sólo obedecemos y entregamos nuestras ofrendas capitalizadas y sin lugar a dudas, colonizadas, a quién tiene el poder. Era muy pintoresco pintarnos la cara con rayas y ponernos una pluma en la cabeza, nos divertíamos, pero no teníamos ni la menor idea de lo que había sucedido en realidad, ni de la invasión, ni del exterminio, ni de las torturas. No nos contaban esa parte de la historia, sólo nos decían que Colón nos había descubierto, como sí antes de él no hubiese existido nada por sí mismo.

Tenía una maestra que nos adoctrinaba ante alguna pregunta que la interpelara y la pusiese nerviosa diciendo: “nos hizo el enorme favor de descubrirnos, imagínense sino, todavía andaríamos corriendo por ahí, con taparrabo, hablando vaya a saber en qué lengua; en cambio ahora, tenemos el hermoso idioma español” (no hace falta aclarar que era la Señorita de lengua ¿no?). Lejos de mí está juzgar a esa Señorita amorosa que expresaba sus matrices de aprendizaje en cada enunciado, porque así aprendió ella, así enseñó durante 30 años y así aprendimos nosotros: sumisos, obedientes, sin cuestionar nada ni a nadie. Muchos de nosotros crecimos leyendo la historia de los que ganaron, la historia que querían que supiésemos los que tenían el poder y los medios para contarla.

A medida que fuimos creciendo, nos dimos cuenta que también debíamos aprender a leer entre líneas, que no todo era espejitos de colores entregados como muestra de agradecimiento, que debíamos seguir interpelando y cuestionando la historia, al igual que lo hacíamos con la Señorita de Lengua. Como consecuencia, se nos fue cayendo a pedazos la imagen de algunos próceres, un Sarmiento que expresaba su total comunión hacia la aniquilación de los pueblos originarios: “Se nos habla de gauchos… La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen de seres humanos” (Carta a Bartolomé Mitre, 20 de septiembre de 1861), o también: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (El Nacional, 25 de noviembre de 1876).

Ahora no sólo podemos abogar al revisionismo histórico, sino que también debemos revisarnos a nosotros mismos, revisar permanentemente nuestras matrices de aprendizajes, fijarnos qué quedó de aquello de “la letra con sangre entra” con la que crecimos, revisar nuestra subjetividad y el orden socio histórico que nos determinó para ser quienes somos hoy. Ser hermenéuticos de nuestra propia historicidad y aprender de los pueblos originarios que nos precedieron y que ni los colonizadores, ni los Sarmientos, ni los Lenin Moreno, ni las multinacionales, la explotación minera, agrícola-industrial y forestal han podido exterminar. Volvamos a vivir en comunidad, a salir del yoismo que nos envuelve, nos permitamos entregarnos al nativo, al hermano, al otro, respetar la tierra y sus ofrendas, respetarnos en las diferencias, en la identidad, en la ideología.

*Moira Corendo: Psicóloga Social

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