Proyecto de vida a las puertas de la muerte

Opinión 01 de diciembre de 2019 Por Moira Corendo
La sociedad postmoderna de la que formamos parte denota en la vejez su talante de mayor desvalor, prevaleciendo el estereotipo de la juventud y el ideal de belleza por sobre el respeto y el derecho a una vida digna de los mayores.
TerceraEdad
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La sociedad postmoderna de la que formamos parte denota en la vejez su talante de mayor desvalor, prevaleciendo el estereotipo de la juventud y el ideal de belleza por sobre el respeto y el derecho a una vida digna de los mayores. La vejez se constituye en un prejuicio debido a su cercanía con la finitud, finitud a la que nos avecinamos desde el mismo momento del nacimiento y que deberíamos aceptar sin miedo y como parte del proyecto de vida.

Catalina está cansada, apenas si se levanta de la cama, dirigirse hacia el comedor le representa tal esfuerzo que prefiere de a poquito circunscribirse hacia los límites de su habitación, claro, tiene 87 años y el deterioro propio de un envejecimiento normal. Le duele todo el cuerpo, en ocasiones se olvida de algunas cosas, en otras las olvida a propósito, expresa que quiere descansar, que ha trabajado mucho en su vida, su estado de ánimo oscila entre la tristeza y el enojo, lo que hace su transitar más abrumador todavía.

El enojo que expresa ahora acaso sea la manifestación de tanto dolor atravesado y guardado para sí misma, de las pérdidas, de los duelos hechos en soledad, ¿será la manera que encontró para protegerse de ese sufrimiento que la aguijona desde hace tanto tiempo? Sabe que va a morir, como lo sabemos todos, pero ella siente que aún no está preparada para ese momento, la asusta; sin embargo, también lo anhela a veces. Piensa que aún tiene mucho para hacer, para expresar, pero no se anima ¿Será porque a su alrededor están los que la aman, que son los mismos que le dicen qué hay que hacer, que hay que decir, que hay que sentir? Sus seres queridos también van mutando junto a su cuerpo que ya no responde, se vuelven algo arbitrarios, le dan ordenes que ella acata sin replicar, bueno, replicando bastante, pero sintiendo que no sirve de mucho refutar. ¿Quizás sus vínculos significativos también le tienen miedo a la muerte, al vacío que esta acarreará cuando arribe? Como medida defensiva se ponen al mando de la situación y tapan el dolor con la asimetría que otrora fue de su madre hacia ellos.

Las representaciones sociales que tenemos de la vejez están cargadas de connotaciones negativas, en nuestro orden socio histórico llegar a viejo no es más que una calamidad, no podemos valorar el camino recorrido, el caudal de experiencias adquiridas, la sabiduría que otorga el haber atravesado por distintas épocas, distintos contextos económicos, reconocer el rol de transmisor de cultura que poseen. Nuestra sociedad, tan adepta al reduccionismo, se limita a descartar lo viejo, por viejo. El modo de producción capitalista fue determinando como argumento nodal, a la familia nuclear, asegurándose así a los próximos trabajadores que continuarán sosteniendo dicho sistema económico.

Los pertenecientes a la Tercera Edad ya no son productivos y configuran un déficit para esta sociedad de consumo, por consiguiente, son relegados, obligados a vivir con jubilaciones tan enjutas donde el sólo hecho de enfermarse representa un lujo que ni siquiera pueden asumir. Es muy dificultoso no reproducir esa subjetividad colectiva de manera inconsciente dentro de nuestros hogares, con nuestros propios viejos, estamos cubiertos de responsabilidades y compromisos que hay que afrontar día a día, agobiados por las deudas, exigidos por el tiempo que no alcanza; como si tuviésemos que correr una carrera contra algún contrincante, en la que siempre vamos perdiendo.

"Los pertenecientes a la Tercera Edad son relegados, 
obligados a vivir con jubilaciones tan enjutas 
donde el sólo hecho de enfermarse representa un lujo 
que ni siquiera pueden asumir."

No hay tiempo para mirar a los ojos y si hay, estamos tan desacostumbrados que ya no lo hacemos. Pareciera que, en ese contexto, detenerse a escuchar las mismas anécdotas de nuestros viejos una y otra vez, es una tarea deslucida. No obstante, en ocasiones logramos hacerlo y cuando eso sucede, también sucede la historia, el valor de la memoria, de la trayectoria vincular. Aparece el respeto por el otro y la admiración, ese otro que nos constituyó como sujetos y que ahora necesita que lo sostengamos a él, emergiendo nuestra identidad en cada una de sus palabras. Mirar aquellos ojos abarrotados de arrugas, con esa mirada triste pero también graciosa, nos devuelve a ese lugar idealizado de nuestra subjetividad al que siempre queremos volver. Acariciar su piel casi transparente hace que, sí miramos con atención, podamos ver su alma inquieta, a la que las piernas ya no le responden, pero que todavía se apasiona.

Entonces, podemos intentar mirarnos nuevamente a los ojos, aunque esos ojos duelan, y preguntar cuáles son sus deseos, por cuales cosas siguen profesando interés. Ellos, al igual que Catalina, saben que les queda poco tiempo, empero, también saben que quieren seguir viviendo y haciendo y sintiendo, tienen infinitos proyectos de vida justo en las puertas de la muerte, sólo hay que conocerlos, ahora, es responsabilidad nuestra ayudar a que los realicen, como ellos nos ayudaron con los nuestros.

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