Orgullo de libertad
Estamos atravesando épocas de rebelión social donde la realidad comienza a interpelarnos a tal punto que nos obliga a escudriñar nuestros prejuicios.
Pese a que el 28 de junio se celebra el día del orgullo gay a nivel mundial, en conmemoración a los disturbios producidos en 1969, en Stonewall, Nueva York; en nuestro país se realiza todos los noviembres “la marcha del orgullo” a consecuencia de la primera, que tuvo lugar en el año 1992, en la Plaza de Mayo.
Ese noviembre, 250 personas cubrieron sus rostros con máscaras y cajas de cartón, temiendo por las agresiones que pudiesen sufrir, y salieron a manifestar por sus derechos y por la no discriminación. Ahora ya no son 250 personas, son multitudinarias, coloridas y direccionadas hacia la exigencia de mejores políticas en educación, salud y desarrollo social para la comunidad LGTTTBIQ (lesbianas, gay, travesti, transexual, transgénero, bisexual, intersexual y queer).
También esta semana vimos con mi hijo de 11 años la publicidad de una famosísima gaseosa que solicita que le hagamos caso a la sed. La publicidad se llama “Orgullo” y relata como algunas familias acompañan a sus hijos, nietos y hermanos a la marcha del Orgullo. Cuando la vimos, ambos nos emocionamos. Mi hijo me preguntó el motivo de mi emoción y le respondí que las personas de mi generación que expresaban su diversidad sexual eran discriminados y estigmatizados sistemáticamente, en la escuela, en el trabajo, en el barrio. Y bueno, le hice todo un relato detallado y cargado de simbolismos, posiblemente muy aburrido y empalagoso, sobre lo que significa para mí y para nuestra generación ver publicidades así.
Entonces le pregunté porque se había emocionado él y me respondió: “por el amor que se ve en esas familias, nada más”, levantando los hombros. Claro, nada más ni nada menos, él, que ya viene deconstruido, sólo se conectó con la parte emocional de la historia, lo más palpable, sin denotar todo el resto, sin advertir el proceso por el que tuvieron que atravesar esas familias para llegar a ese momento de acompañamiento a la marcha.
Mi hijo vive la diversidad desde el lugar de la aceptación plena, no le llaman la atención las diferentes elecciones que se puedan tomar, ni las diferentes maneras de expresión, viene con sus matrices de aprendizaje maleables, pudiendo normalizar con absoluta naturalidad lo que a las generaciones anteriores ha costado tanto. Para él en esa publicidad, lo esperado y a la vez emocionante es que la familia acompañe, punto, el resto no era relevante.
Estamos atravesando épocas de rebelión social donde la realidad comienza a interpelarnos a tal punto que nos obliga a escudriñar nuestros prejuicios, maneras de pensar y sobre todo las formas de dirigirnos a otros, lo que antes podía ser gracioso ahora, gracias a la concientización sobre la tolerancia a las diferencias que se van desarrollando, resulta discriminador y segregacionista. Sin embargo, pese a la emergencia de este movimiento social, para las generaciones anteriores no es tan fácil modificar sus preconceptos, seguimos escuchando comentarios aberrantes sobre la diversidad como: “Es una enfermedad incurable, no pueden hacer nada para evitarlo”, “Son una plaga, antes no había tantos”, “Que sean lo que quieran pero que no se besen en la calle”.
"Estamos atravesando épocas de rebelión social
donde la realidad comienza a interpelarnos
a tal punto que nos obliga a escudriñar nuestros prejuicios..."
Es triste escucharlos, pero más triste aún pensar en la rigidez de sus estructuras psíquicas, pensar en que algo tan simple como el respeto hacia el otro no puede ser contemplado por falta de empatía, ¿o será que es una forma de protegerse hacia lo distinto porque en el fondo temen ser tan diferentes como aquel que discriminan? ¿Será que disgregar otorga cierto grado de seguridad emocional en un psiquismo que ha sigo fragmentado y que tiende a defenderse del agresor? Pensar que el otro debe ser como yo quiero o no ser, nos habla de la forma en que nos han constituido como sujetos, muchas veces en el autoritarismo, muchas veces en el silencio, una generación acostumbrada a “lo no dicho”, a obedecer, a no confrontar, aprendimos prolijamente que el conflicto es malo, que no debemos expresar las disidencias, a dejarlas pasar.
Ahora ya no se puede dejar pasar nada, ahora todo lo acallado se debe pronunciar, el tiempo del silencio se ha terminado y son las nuevas generaciones las que vienen a enseñarnos el cómo. Igualmente, también nosotros estamos encargados de reflejarles a ellos la historia, la lucha y la muerte que trajo hasta acá al colectivo, sin culpabilizar a aquellos que aún no pueden entender el movimiento social; contextualizando, no para justificar, sí para comprender, explicitando lo mal que lo pasaron otros para que ellos puedan expresar sus sueños de libertad, su orgullo de ser lo que quieran ser. Podemos mirar el presente con ojos de niños, aprendiendo de ellos y su simpleza para procesar los simbolismos, sin rencor, sin resentimiento, para que tal vez, en el futuro la diversidad sea también un código pasado, ya no sea necesario expresarla como tal, sino que se incorpore a la cotidianidad. Sólo consciencia de género, sin rótulos, sin estereotipos.
*Moira Corendo: Psicóloga Social
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