El hombre que se aferraba a que “donde hubo un teatro debe haber otro teatro”
Por estos días se cumple un nuevo aniversario del incendio que consumió el edificio donde funcionó el Teatro Comedia, uno de los pilares de la historia cultural de Córdoba. Las llamas con su poder destructivo arrasaron con lo material, pero el intangible patrimonio del arte escénico quedó intacto en la memoria de quienes vivieron su historia. Entre esos recuerdos está el de aquel hombre que estuvo a cargo de ese espacio.
Francisco “Pupito” Rivilli era hijo de un inmigrante italiano que trabajaba como ferroviario. Junto a sus amigos frecuentaba los lugares de atracción popular de la Córdoba de los años ’40. El Córdoba Sport y el Teatro Comedia eran algunos de los sitios donde se mezclaban con el deporte y el espectáculo. Francisco Rivilli quedó prendado de ese edificio ubicado en la calle Rivadavia y del mágico mundo que se desplegaba entre sus paredes.
Imagen del Teatro Comedia en los años '40. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.
“Fue tan grande la fascinación que él sintió al entrar en contacto con el teatro. Él hizo de todo en el teatro. Ellos hicieron de todo, en el teatro hacían de todo, desde hacer de extras, de hacer de claque, de limpiar el teatro. La Córdoba de los años ‘40 daba las posibilidades a que un chico de su edad pudiera circular por estos espacios”, relata Silvina Rivilli, hija del protagonista de esta historia.
Lo mejor debía venir a Córdoba
Rivilli transformó ese amor por el teatro en el compromiso para llevar adelante la gestión de aquel lugar donde creció descubriendo la eterna magia de los escenarios. Según cuenta su hija, en los años ´40 se formó la Empresa Teatral Argentina. Rivilli se había trasladado a Buenos Aires donde comenzó a frecuentar el ambiente teatral. En 1952 se hace cargo de la empresa y alquila el Teatro Comedia, para luego convertirse en su propietario.
“Fue de a poco comprando las partes de una sucesión eterna, de muchísima gente, porque este teatro se creó en 1913, como Teatro Odeón. En 1942 empieza a llamarse La Comedia. Y mi viejo se hizo cargo después de toda esta historia a partir del año ’52. El teatro fue su vida. Y fue su vida literalmente. Él logró cosas que eran impensadas para la época, como traer a Xavier Cugat con todo el elenco y fletar dos aviones directamente de México a Córdoba. O traer a Pedro Vargas, Lola Flores, o ‘Yerma’, con Nuria Espert, en el ’70 desde España”, apunta Silvina, quien además resalta “el empeño de mi viejo en que todo lo mejor viniera a Córdoba”, logrando que el teatro atrajera a un público que abarcaba a todas las clases sociales.
Rivilli junto a Aníbal Troilo, Héctor Gagliardi, Dringue Farías, entre otros. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.
“El teatro convocaba a todo tipo de gente. Yo recuerdo que, cuando Jaime Kloner y Ana María Alfaro hacían los radioteatros, los días de semana a la siesta, el teatro se caía de gente. Incluso hay algunos registros en los que mi viejo le cede la sala al teatro independiente de Córdoba. A mí me tocó vivir de todo, porque además de eso había teatro de autor, los clásicos y autores nacionales, los grandes dramaturgos de los ’60 y los ‘70”, indica la hija del empresario teatral. “El Comedia fue como la vida misma. Tenía altos y bajos”, afirma Silvina.
El teatro transformado en hogar
La pasión de Rivilli por el teatro hizo que su vida familiar pasara alternativamente por el edificio art decó de calle Rivadavia y la casa que lograron tener en Villa Allende. Sobre esto Silvina señala que un sector del teatro se acondicionó como vivienda familiar: “Nosotros vivíamos en el teatro. Vivíamos en unas oficinas arriba. Teníamos improvisada, armada, una casa, donde había una cocina, un baño en la planta alta”.
Vivir del teatro implica adaptarse a las buenas y malas épocas. Así lo rememora la hija de Francisco Rivilli: “Nosotros, yo digo que somos todo terreno, porque hemos tenido viajes a Europa y veranos de comer zapallitos de la quinta, en la casa que él compró en Villa Allende, que fue ampliando, pero alternábamos entre el teatro y Villa Allende. Nos fuera muy bien o muy mal, era la vida. El teatro es así”.
Pepe Soriano, en una de sus actuaciones en el Comedia. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.
“Cuando había plata había hoteles, restoranes. Cuando no había plata, como en el ’73, con ‘Lisandro’, que se hizo con Pepe Soriano, Jorge Rivera López, Franklin Caicedo, un elenco impresionante. Ahí nosotros nos fuimos de Villa Allende al teatro para que ellos pararan en mi casa”, cita Silvina.
El impuesto al espectador fantasma
En la época del denominado “Proceso de Reorganización Nacional” comenzó el principio del fin de la aventura de Rivilli al frente del Teatro Comedia. Eran épocas duras para el pueblo y sus artistas perseguidos por los autoritarios. Fue el propio general Menéndez quien le dio en mano a Rivilli las listas negras de quienes no podían presentarse en el teatro.
Las listas negras de la Dictadura. Fotos: Gentileza Silvina Rivilli.
“Menéndez le entrega a él las listas negras de artistas, cantantes, autores. Le dice en el ’76 que, si alguno de esos artistas pisa el Tercer Cuerpo de Ejército, se olvidara de su familia. Y en el mismo momento, Luciano Benjamín Menéndez pone a la hija en la misma escuela a la que íbamos nosotras, mis hermanas y yo, que era el Colegio del Carmen, en Argüello”, refiere Silvina.
Pero el peor impacto para la actividad del teatro fue la aplicación de un tributo municipal creado por el gobierno de la época y que Rivilli llamaba “el impuesto al espectador fantasma”. Se trataba de una imposición por el cuatro por ciento de la capacidad total del teatro que se debía pagar con anticipación.
“Él se bancó las listas negras, se bancó las amenazas, se bancó todo. Pero era mucho más fuerte su pasión y su necesidad de que el teatro siguiera funcionando. Y este cuatro por ciento de la capacidad total del teatro pagado de antemano hizo que tuviera que cerrar”, relata su hija.
El acto final
Francisco Rivilli murió en 1982, cuando tenía 55 años. Su hija comenta que él fue uno de los tantos hombres que fallecieron jóvenes en esos tiempos. Algunos fueron víctimas de la violencia de la época, otros murieron en silencio. “Mi viejo fue como tantos hombres, no pudieron soportar. Murieron. Se murieron jóvenes. Hubo muchos varones que murieron jóvenes, incluso los padres de los desaparecidos, a diferencia de las madres”, sostiene Silvina.
El programa de una obra de Narciso Ibañez Menta en los '60. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.
“Mi viejo jugaba al ajedrez. Y se juntaba casi todas las noches con el ‘Negro’ Correa, que era un periodista del diario Los Principios. Y al ‘Negro’ le habían llevado un hijo, Marcelo. Nosotros nos despertábamos para ir al colegio y ellos seguían jugando… Sin decir una palabra”, grafica.
Sobre el tramo final de la vida de su padre, Silvina sostiene que estuvo condicionado por la decisión de las autoridades del momento. “No querían el teatro. Y mi viejo seguía insistiendo, ‘que esta ley nacional, la 14.800’, ‘que si quisieran poner una playa de estacionamiento ahí no podrían, la Municipalidad no los dejaría, está condenado a tener un teatro’. Él a los 50 años no tenía la menor intención de hacerse rico, sino de hacer lo que le gustaba. Es muy conmovedor. Para mí es algo muy conmovedor, porque una cosa es que uno puede ir al teatro, y otra cosa es aprender a andar en bici en el hall”, dice emocionada Silvina.
“Él no aflojaba. En el ’78, aún después de perder el teatro, lo trajo a Paco de Lucía al Comedia. Había comprado varios guiones. Él quería seguir haciendo teatro. Era su vida. El Comedia fue su vida… Él cuando murió estaba hablando para armar una comedia con Alberto de Mendoza para salir de gira”, agrega.
El incendio que reavivó la llama
En la madrugada del 28 de junio de 2007 se desató un incendio que destruyó las instalaciones del Teatro Comedia. Al conocer la noticia, Silvina Rivilla sintió que ya “no había esperanza”.
“Fue muy difícil para mí, que lo conocía como la palma de mi mano, pensar cómo se originó en ese costado y no en el otro donde estaban las consolas, los cables, todo estaba del otro lado, en el ala izquierda, y el incendio se inicia a la derecha, pegado al avanceé derecho, detrás de las bambalinas”, admite.
Silvina Rivilli, en el remodelado edificio del teatro. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.
Tras muchos años el Teatro Comedia fue remodelado y está cerca de ser inaugurado. Silvina Rivilli lo recorrió y, aunque se trata de un espacio renovado, pudo reconocer su casa, el escenario, los sitios que forman parte de la historia de su padre y de su vida. Y sintió orgullo. Orgullo por él, por su obra, y por el teatro que nace donde hubo un teatro, como indica aquella ley de 1959 que declara “de interés nacional a la actividad teatral en todas sus formas y ramas”.
“Fueron tantos años de ‘sí, ya lo vamos a hacer’. Y recordaba a mi viejo repitiendo esa ley. Y ahora busco esa ley y veo que sigue vigente. Realmente es como decía él: ‘el que gasta un par de zapatos en el teatro queda ligado de por vida’. Es mucha la potencia del teatro. Es mucha la potencia de algo tan evanescente, que empieza y termina la función, y de eso no quedó nada, solo la subjetividad”, reflexiona.
“Desde el origen de la humanidad, el ser humano necesitó de la representación teatral, porque la ficción nos permite odiar con el odiador, amar con el enamorado, matar con el asesino. Nos permite identificarnos con esa distancia que da la ficción. Justificar lo injustificable. Si vos ves ‘Hamlet’ siempre pensás que Hamlet tiene razón, haga lo que haga. Y eso es una cosa increíble, porque permite vehiculizar todas las pasiones, permite regular las relaciones interhumanas. El teatro posibilita eso, que con esa distancia de la ficción no nos estemos matando entre todos”, piensa Silvina, una de las hijas del hombre que le dio su vida al Teatro Comedia.
El público cordobés colmaba la sala del Comedia. Foto: Gentileza Silvina Rivilli.