Opinión Por: El Objetivo30 de marzo de 2019

Trastorno alimenticio, ¿la enfermedad del espejo?

Durante la adolescencia el sujeto es acosado por los mandatos sociales y por las representaciones sociales que de ellos se desprenden, comienzan a mirarse al espejo y lo que él les devuelve, la mayoría de las veces, no se encuentra dentro de esos mandatos.

"Durante la adolescencia el sujeto es acosado por los mandatos sociales."

Los trastornos alimenticios son condiciones que abarcan una gran complejidad de elementos causados por la confluencia de situaciones ambientales concretas, factores biológicos, psicológicos e impulsados por un contexto sociohistórico que los determina. Es una enfermedad que engloba a ambos sexos, pero con un porcentaje mayor de mujeres, el 90% de los casos son mujeres adolescentes y jóvenes.

Durante la adolescencia el sujeto es acosado por los mandatos sociales y, por consiguiente, por las representaciones sociales que de ellos se desprenden, comienzan a mirarse al espejo y lo que él les devuelve, la mayoría de las veces, no se encuentra dentro de esos mandatos. Este juego de expectativas que el adolescente va internalizando como propias y que se constituyen en lo que se espera de él, son expresadas por una sociedad que le habla poco pero que le dice mucho desde lo simbólico; una sociedad exitista que promueve estándares de belleza limitados a la delgadez, impulsados y manipulados por la industria de la moda, deportiva, alimenticia, la industria del espectáculo y el entretenimiento.

"Durante la adolescencia el sujeto es acosado por los mandatos sociales."

Los estándares son alcanzados sólo por un porcentaje mínimo de la sociedad lo que lo vuelve mucho más rentable debido a la cantidad de variables que se abren frente a la posibilidad de lograrlo. Nada se vuelve más atractivo para los sujetos que anhelar algo que no tenemos, pero con la convicción de que es posible. Esta sensación de accesibilidad es otorgada por los medios masivos de comunicación que se convierten en facilitadores de ilusiones con basamentos poco creíbles de realización, pero con la suficiente aptitud para alcanzarlo, ya que, creemos en esas ilusiones y no porque seamos ilusos, sino porque hay un aparato de mercadotecnia desarrollado para tal fin.

Sin embargo, el estereotipo de belleza no aparece mágicamente durante la adolescencia mediante una publicidad, somos los padres quienes vamos aproximando a nuestros hijos a medida que van creciendo. Desde el momento mismo en que el cuerpo se va registrando como un lugar donde la otredad tiene voz y voto, como padres, constituyentes de esa subjetividad, decimos expresiones como “es tan lindo que debería ser modelo”, “la belleza duele”, “¡péinate, sos una nena!”, todo el tiempo estamos comunicando estándares de belleza por imitación u omisión, con una innecesaria crítica o ponderación del cuerpo.

A medida que esos niños van creciendo, el culto al cuerpo idealizado se convierte en mandato. Internalizamos así la costumbre de opinar sobre el cuerpo del otro: “¿Estás más gordita?, “¡Que linda estas, estas más flaca!”. Muy lejos quedan aquí las acciones sororas ya que la crítica más descarnada y brutal es producida desde mujeres hacia mujeres. Los cuerpos deben tener determinadas características para ser aceptados o de lo contrario, aceptar las burlas, el maltrato, recibiendo estoicamente la consideración de otro sobre el propio cuerpo.

"A medida que esos niños van creciendo,
el culto al cuerpo idealizado se convierte en mandato.
Internalizamos así la costumbre de opinar sobre el cuerpo del otro."

El otro nos significa desde aún antes de nacer, pero cuando esa significación se torna intromisión sobre las características del cuerpo, esa mirada se vuelve litigante y muchas veces generadora de trastornos alimenticios, trayendo como consecuencia, entre otras cosas, la culpa y la vergüenza. No entrar en un talle de ropa, no parecerse a la actriz de moda, puede ocasionar el depósito en el área corporal de una frustración tan grande que conlleve a pensar que todo lo malo se encuentra allí, la autoestima cae en picada emergiendo la fragilidad yoica.

Si hay culpa, aparece el castigo para evitar sentirla: restricción de alimentos, excesivo ejercicio, vómitos, ingesta de diuréticos, dietas restrictivas, ayunos, lo que acarrea a emerger hacia la consciencia al factor desencadenante que generó el trastorno alimenticio que vuelve a reiniciar incansables veces, consolidando un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir, más no imposible. El espejo no significa entonces otra cosa, que nosotros mismos expresando nuestras frustraciones y exigencias como sociedad de consumo a la que no lograremos satisfacer nunca.

"Si hay culpa, aparece el castigo para evitar sentirla."

El único estándar de belleza, debería ser la salud, un cuerpo saludable que disfrute de la comida y del ejercicio, un sujeto que utilice como instrumento al cuerpo, pero respetándolo en sus formas, en sus gustos, en sus diferencias. Quizás podríamos comenzar por reconciliarnos con el espejo, y el espejo en este caso es el otro.

Por: Moira Corendo
        Psicóloga Social

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