Opinión Moira Corendo* 07 de diciembre de 2019

Diversidad funcional y discriminación

El tenista cordobés Gustavo Fernández se encuentra entre los candidatos a ganar el Olimpia de Oro y decidió no aceptar la nominación ya que lo colocaron dentro de la terna “deporte paraolímpico” en el Olimpia de Plata.

Tenista cordobés Gustavo Fernández - Foto: gentileza

El pasado 3 de diciembre se conmemoró el día internacional de los sujetos con discapacidad, fue declarado en 1992 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el objetivo de promover los derechos y el bienestar de estas personas en todos los ámbitos de la sociedad, realizando acciones para erradicar la discriminación, así como concientizar sobre su situación en los aspectos de la vida política, social, económica y cultural.

Paradójicamente, en la misma semana, podemos ver que los actos discriminatorios que engloban al colectivo, no cesan, históricamente han sido la minoría más discriminada. El tenista cordobés Gustavo Fernández está actualmente en la cima del tenis mundial, n° 1 del mundo en tenis adaptado, ganador del Abierto de Australia, Roland Garros y Wimbledon y, por consiguiente, se encuentra entre los candidatos a ganar el Olimpia de Oro entregado por el Círculo de Periodistas Deportivos de Argentina. No obstante, decidió no aceptar la nominación ya que lo colocaron dentro de la terna “deporte paraolímpico” en el Olimpia de Plata, paso previo al de Oro, que se entregará el próximo miércoles 18 del corriente. Su fundamentación enuncia: "El deportista paraolímpico debe tener la posibilidad de ser considerado como igual, creer que deportivamente tiene el mismo valor, para que, de esa forma, pueda seguir con su desarrollo y crecimiento, tanto colectivo como individual. Este es, en mi opinión, el gran paso que deberíamos dar". 

Sin lugar a dudas es el paso que deberíamos dar como sociedad, pese a esta necesidad visiblemente expresada por quienes deberían ser los protagonistas de la toma de decisiones en cuanto a la diversidad funcional se refiere, la respuesta a nivel social y estatal, consiste en realizar acciones paliativas como modificar los términos para su denominación, como si eso fuera suficiente para cambiar las matrices de aprendizaje tan arraigadas con las que fuimos formados.  

A lo largo de los años, los términos para hablar de discapacidad han sido reformulados con frecuencia, lo que lleva a pensar que la problemática en sí, está tan cargada de depositaciones discriminatorias, que los teóricos se ven obligados a modificar la terminología para dar cuenta de las diferentes posibilidades que presenta un sujeto con diversidad funcional, para no discriminar desde su denominación y para poder abogar hacia la inclusión social.

Nos fuimos encontrando con una trayectoria lineal que fue desde el término minusválido, cuyo significado se corresponde con la disminución de un valor, pasando por los términos incapacidad, invalidez, oligofrénicos, deficientes mentales y aquel que ha ganado mayor terreno, sólo por ser menos despectivo, aunque su definición no lo pronuncie así, discapacidad. Surge entonces, la necesidad de dejar de hacer foco en la enfermedad o en la función que no se puede desarrollar y nos vamos acercando finalmente, a las denominadas capacidades diferentes y diversidad funcional. Sin embargo, cambiamos las designaciones y avanzamos en la teorización, pero seguimos discriminando en el concreto real, en cada pequeña acción en la que pretendemos una gestión diferente para sujetos que tienen los mismos derechos, necesidades y poder de decisión que cualquier otro, nos encontramos con innumerables connotaciones negativas o positivas en demasía, rozando la compasión, que no provocan más que discriminación.

Un Estado que siempre va atrasado en políticas gubernamentales, con leyes tan rígidas que terminan obrando en contra del mismo solicitante, con una burocracia que desgasta hasta al más impetuoso. Los funcionarios creen que este colectivo lo único que necesita es una silla de ruedas y desarrollan sus letras de leyes en función a esto sin la menor internalización sobre el tema, desconociendo las reales demandas. Pero también nosotros, que no formulamos leyes, pero sí discriminamos, nos mentimos pensando en lo inclusivos que podemos ser porque “aceptamos” la discapacidad, como si tuviésemos algo que aceptar, como si la discapacidad no fuera en sí misma independientemente de la construcción mental que tengamos de ella.

Creemos que llamar a la discapacidad como diversidad funcional nos convierte en inclusivos y resulta que estacionamos el auto frente a una rampa sin importarnos las dificultades que esto pudiese ocasionar, si nadie nos ve, también estacionamos en lugares reservados para personas con discapacidad, usamos los baños designados para ellos porque están más limpios debido a su menor uso y porque casi siempre están desocupados, incluso hasta llegamos a pensar que las personas que trabajan con sujetos con diversidad funcional , son seres luminosos y bondadosos.

Está claro que no miramos mucho más allá de nuestra nariz, de nuestras propias necesidades y menos aún, reparamos en las necesidades de otros. Quizás con sólo preguntarle a Gustavo qué pensaba sobre su participación en la terna de premiación, el Circulo de Periodistas, hubiese podido realizar una acción realmente inclusiva que fundara un precedente para próximas gestiones. En esta sociedad exitista e individualista no somos capaces de preguntarle ni siquiera al n° 1 del mundo qué necesita, pensemos entonces que queda para sujetos con discapacidad ignotos, sumidos en condiciones económicas desfavorables, sin recursos legales para hacer cumplir sus derechos, sin educación. 

Así como la terminología se fue adecuando a nuevas posibilidades, podemos comenzar a registrar y repensar nuestros actos discriminatorios para poder modificarlos, teniendo en cuenta que además de ser sujetos con diversidad funcional, son sujetos de necesidades, de deseo, de elecciones, a los que debemos respetar no por su diversidad, sino porque son sujetos.  

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