Opinión Moira Corendo 02 de abril de 2020

Malvinas, la herida que no cicatriza

Hoy se cumplen 38 años de la guerra de Malvinas, le hacemos espacio a la memoria, porque la memoria es lo que mantiene vivo a los pueblos.

Hoy se cumplen 38 años de la guerra de Malvinas. En diciembre, Argentina volvió a poner en agenda el reclamo por la soberanía de las mismas, endureciendo las relaciones diplomáticas, sin embargo, el lunes 23 de marzo, antes de que las autoridades de las islas anunciaran la presencia de un posible contagiado de Covid-19, el secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Daniel Filmus, realizó un ofrecimiento, por medio del embajador británico Mark Kent, de ayuda humanitaria a los habitantes de las islas ante el avance de la pandemia. El mismo incluía el envío de alimentos frescos, insumos médicos o tests para detectar el virus y, además: “Disponer los medios para realizar vuelos humanitarios que sean necesarios y lugares de atención en centros médicos del territorio continental argentino".

El gobierno aún no ha recibido respuesta formal al ofrecimiento, lo cual ya resulta poco diplomático en sí mismo, teniendo en cuenta la tensión histórica existente entre ambas naciones. El contexto de aislamiento tan extraordinario por el que estamos atravesando, acapara todo lo referente a lo comunicacional, sin embargo, hasta en esta situación de pandemia, debemos hacerle espacio a la memoria, porque la memoria es lo que mantiene vivo a los pueblos y le que marca el camino a seguir. 

Hace 38 años, la guerra de Malvinas se constituía en el eslabón suicida, populista y desesperado que encontró la Dictadura Militar Argentina, utilizándola como su último salvavidas para mantenerse en el poder, un poder que se caía a pedazos frente a los ojos de todos. Por más que pasen los años, la herida de Malvinas no cicatriza, todos los argentinos, contemporáneos o no al conflicto bélico, la recordamos con enorme pesar y no es precisamente por la pérdida de la guerra, sino por todo lo que trajo aparejada.

Una guerra que no pedimos pero que, no obstante, prorrumpimos en festejar ovacionando al dictador Leopoldo Galtieri en la Plaza de Mayo ese 2 de abril de 1982, mientras decía: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, batalla que por supuesto él no combatió.  Dotados de un idealismo sobreactuado, salimos a las calles a vitorear la guerra, algo totalmente impensado para cualquier ser humano, no porque no supiésemos que una guerra, por pequeña que sea, trae consigo muerte, desolación, miedo; muy por el contrario, nos alegrábamos porque necesitábamos creer en algo. Nuestra subjetividad colectiva estaba fragmentada, la muerte y la desolación ya nos habían atravesado mucho antes de Malvinas mediante el terror infligido por la Dictadura, mancillando nuestra consciencia social y haciéndonos creer que yendo a la guerra podíamos encontrar un momento para celebrar. Así es como ese fatídico 2 de abril, nos reunimos todos, unidos codo a codo con banderas celeste y blanca, ávidos de lucha por encontrar una excusa para sentirnos otra vez un pueblo unido, hermanados en una causa que no iba a hacer más que acarrear padecimiento al pueblo y un dolor que no deja de atormentar.  

Quizás no podemos cicatrizar la herida por la culpa que nos causa haber sido parte de esa guerra absurda y demagoga, injusta como todas. Realizamos colectas y campañas que no lograron apalear ni el frío ni el hambre que el gobierno de facto les obligó a sentir a los soldados, algunos tan jóvenes y sin preparación, que veíamos irse como niños y volver opacos, faltos de toda luz. La vida después de la guerra, para los combatientes y sus familias, dejó de ser en colores para llenarse de monotonía, la mirada se volvió vidriosa, el miedo se hizo presente, la inseguridad, las pesadillas, el estrés postraumático, el dolor de la muerte, el dolor de la vida después de ver tanta muerte, el dolor de tener que matar para vivir. 649 no volvieron, allí quedaron sus cuerpos y en ellos el alma de todo un pueblo que los llora año tras año. 

La potencia mundial Inglaterra nos dice que las Malvinas no son argentinas, mas nosotros tenemos tantísimas evidencias que avalan lo contrario, pero la mayor de ellas es que los cuerpos de esos 649 soldados están en esa tierra que hicieron suya a fuerza de muerte, de sueños ametrallados y del dolor de los que volvieron. La muerte de los caídos nos devuelve las islas una y otra vez con cada lagrima. 

Señora Potencia mundial, todavía puede hacer algo por ellos en este mundo que, a causa del Coronavirus, deja de ser lo que conocíamos para transformarse en uno donde Venecia tiene aguas verdes y cristalinas sin góndolas, donde Nueva York dejó de ser la ciudad que no duerme para cuidar a sus habitantes, donde la muralla china no logró amurallar el virus, en ese loco contexto quizás, Usted pueda devolvernos finalmente lo que es nuestro, porque no olvidamos a los ex combatientes ni a los caídos y porque “Ni de aquellos horizontes, nuestra enseña han de arrancar, pues su blanco está en los montes y en su azul se tiñe el mar”

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