Opinión Moira Corendo 11 de abril de 2020

“Andáte, nos vas a contagiar a todos”

El INADI ha recibido numerosas denuncias de profesionales de la salud que han sido discriminados en sus edificios mediante notas por debajo de la puerta o carteles en el ascensor.

En medio de la pandemia por coronavirus que azota al mundo, vemos muestras de solidaridad, de acompañamiento, de generosidad al servicio del bien común, pero al mismo tiempo, otras tantas de egoísmo, individualismo, discriminación; y es que en épocas de crisis nos despojamos de los artilugios que utilizamos para ocultar nuestra subjetividad, lo interno se hace externo, irrumpiendo la verdadera idiosincrasia.

El INADI ha recibido numerosas denuncias de profesionales de la salud que han sido discriminados en sus edificios mediante notas por debajo de la puerta o carteles en el ascensor solicitando que no toquen ningún elemento común al resto como picaportes y barandas, evitar el tránsito y permanencia en zonas comunes; incluso algunos más violentos enuncian: “Si sos médico, enfermero, farmacéutico o te dedicas a la salud: ándate del edificio porque nos vas a contagiar a todos hdp”

El personal de salud llega a su casa después de un turno de doce horas como mínimo, desandando la contradicción vida y muerte con cada paso que da, enfrentándose al dolor, al sufrimiento, a desgarradoras imágenes que se quedan guardadas en sus retinas para siempre. Luchando con el propio temor a morir, con el juramento que se hicieron de cuidar todas las vidas, con el deber ser, necesitando la argumentación hacia sí mismos de los motivos valederos que los llevaron hasta ahí, deliberando sí, debido a su trabajo, están contagiando a sus vínculos más preciados. Pensemos como debe sentirse alguien tan abatido llegando a su casa y encontrando esas notas de pura discriminación que no hacen más que incrementar su fragilidad yoica en un momento de tanta desazón.

La discriminación implica la vulnerabilidad del derecho a la igualdad manifestado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que lo expresa en su artículo primero. Muchos teóricos afirman que es producida siempre hacia las minorías, lo cual no es aplicable en el caso del personal de salud, ni en muchas otras minorías que no son discriminadas, como por ejemplo la clase social dominante integrada sólo por unos pocos.

El modo de producción capitalista nos configura como sujetos individualistas que protegen su propiedad privada, que compiten por ella, al mismo tiempo va reglando la subjetividad de manera tal que lo mío es mío y se salva quien puede, quien tiene las herramientas para hacerlo. Colocamos al otro como opositor, nos acostumbramos a pensar que el semejante llega para llevarnos lo que es nuestro. En el contexto actual de tanta angustia y ansiedad, vemos como se insulta a los que salen de sus casas desconociendo absolutamente el motivo, si los que padecen la enfermedad no estuviesen aislados, también se los discriminaría por trasmisores del virus, se persigue simbólicamente a los agentes de salud, pero también de manera explícita por posibles gerenciadores del virus, antisemitismo en los medios de comunicación, segregacionismo hacia  personas asiáticas, un ex concejal cordobés expresando: “Yo lo único que espero es que esta pandemia haga la limpieza étnica que todos nos merecemos. Yo, por mí, que se quede en La Matanza y le haga honor al nombre, y ya con cinco o seis millones de negros menos”. Antes que se pusiera todo tan serio, los chistes más comunes eran: “Yo me voy a contagiar Coronavirus porque soy internacional y vos con suerte, Dengue”. No quiero ni pensar el grado de discriminación que veríamos si al virus lo hubiesen transmitido, en lugar de viajeros de países europeos y de la megapotencia China, vecinos bolivianos o peruanos que han sido blanco de exclusión en nuestro país desde siempre. Parece que hemos elegido otro contendiente para discriminar y hacernos sentir seguros, pero con los mismos mecanismos de antaño.  

El adoctrinamiento sobre discriminación comienza en cada familia, desde que somos pequeños: “Es fea, es gorda, es negro, es pobre, es tonto”. La discriminación termina siendo el modo de comunicación que eligen los sujetos para diferenciarse de otros que colocan en el lugar de rival escudándose sólo en el rechazo para hacerlo. Discrimina quien tiene el poder, quien se cree superior, discrimina quien no acepta lo diferente, quien no está dispuesto a modificar alguna creencia que tiene arraigada en sus matrices de aprendizaje, llenas de prejuicios y preconceptos que vamos transmitiendo de generación en generación pero, sobre todo, discrimina quien tiene miedo, y cuando el miedo aparece, ya no podemos pensar con claridad, se ponen en funcionamiento, complejos mecanismos inconscientes que no permiten discernir lo real de lo fantaseado.

Sin embargo, la discriminación, sí es un proceso consciente, todos sabemos cuándo lo hacemos y lo doloroso que se siente porque lo hemos vivido, quizás más veces de las que podamos recordar. Las pandemias nos desnudan de contención, dejando salir lo que nos esforzamos en ocultar, pero en los lugares oscuros también se puede encontrar luz, podemos intentar verla en este domingo de Pascua tan especial que conmemora la muerte del hijo de un carpintero pobre, asesinado a manos del poder dominante por ser diferente. No importa la creencia o religión que tengamos, todos podemos mirar para adentro en estas Pascuas donde el capitalismo nos da un respiro y no hay feriado, ni gran reunión familiar, ni viajes, ni compras, ni consumismo exagerado, sólo lo básico e indispensable, lo que habita en nuestro hogar. Aprovechemos el momento austero en el que todos estamos extrañando a alguien para pensar, que cuando nos volvamos a abrazar, algo tiene que haber cambiado en nosotros, por pequeño que fuera.