Vivencias de combate: derribando estrategias
La historia reciente de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), está escrita en páginas de gloria e impregnada con la sangre de sus héroes que ofrendaron generosamente la vida en el campo de batalla. Como institución armada de la Nación nacida en 1912, la FAA aquilata en apenas poco más de un siglo de existencia, un protagonismo inusitado y relevante, que la llevó a ocupar un lugar de respeto y de admiración en el contexto de las Fuerzas Aéreas del mundo. Su juventud quedó signada a temprana edad por un acontecimiento trascendental…, la guerra.
Aunque jamás declarada como tal, la Guerra de Malvinas (1982) es conocida en la historia de los conflictos mundiales como el último de los combates aeronavales del siglo XX, librado al más puro estilo de la II Guerra Mundial y a partir del cual, grandes Fuerzas de Tareas Navales “potencialmente inexpugnables” (Task Force - OTAN), se mostraron vulnerables…frágiles y fueron obligadas rápidamente a cambiar sus modelos y estrategias en el arte de la guerra, tal como lo reflejó con posterioridad, la Guerra del Golfo (1990-1991).
Malvinas como gesta nacional, puso de relevancia el sentido de Patria y el orgullo de pertenencia, con la firme convicción de la más absoluta nobleza de los ideales soberanos que la sustentaron: recuperar las Islas tras casi 150 años de usurpación. Civiles, militares y todo un pueblo se movilizó para enfrentar a la más desigual de las adversidades.
Instalado aquel conflicto a partir del 2 de abril e iniciadas las acciones, la Batalla Aérea por la recuperación de nuestra soberanía en las Islas Malvinas, fue una de las más osadas operaciones militares llevadas a cabo contra una potencia colonialista, la del Reino Unido de Gran Bretaña, donde tuvo lugar nada más ni nada menos, que el Bautismo de Fuego de la FAA, el 1° de mayo.
A partir de allí, historias repletas de heroísmo, arrojo y valor, donde también se fue plasmando un modelo soberano de país, se empezaron a conocer y cuyos relatos permanecen intactos como legado para las generaciones de argentinos que escuchan con admiración las hazañas de los protagonistas que sobrevivieron y valoran el ejemplo de sus mártires que yacen en la turba irredenta o en las heladas aguas del Atlántico Sur, como verdaderos mojones de soberanía.
A un año de cumplirse el 40° Aniversario de aquel acontecimiento, quiero agradecer al sitio www.elobjetivo.com.ar por brindarme esta posibilidad de relatar una de mis vivencias, las de un entonces joven piloto de combate de 23 años, perteneciente al Sistema de Armas IA-58 “Pucará”, desplegado en el Aeródromo de Puerto Argentino desde el 29 de mayo al 13 de junio de 1982.
La fortaleza y la templanza frente al peligro
Había transcurrido casi un mes de gloriosos combates desde aquel Bautismo de Fuego, cuando al fin nos llegó el turno a ”los pichones” del Escuadrón. Pertenezco a la promoción más joven egresada de la Escuela de Aviación Militar que voló misiones de combate en las Islas con el grado de Alférez, la Promoción 46 (1980).
A esa altura de los acontecimientos, ya eran muchas las lecciones aprendidas, de las cuales, la más importante era volar muy bajo tratando de no ser detectados, alcanzar el objetivo, escapar y regresar con vida y estar preparados para la próxima misión que quizás sería la última…y para los que somos creyentes en Dios, encontrar en la virtud de la templanza, la fuerza para no claudicar.
No había sorpresas y las certezas eran contundentes…para nuestro caso, sobrevolar con el Pucará una fragata misilística, sería un error táctico fatal… un derribo confirmado dada su escasa velocidad.
El Escuadrón operativo en Pradera del Ganso – Base Aérea Militar Cóndor y sus defensas terrestres, habían sido sobrepasados por el enemigo el día 28 de mayo y las pocas aeronaves en servicio que quedaban, fueron replegadas a la pista de Puerto Argentino. Las pérdidas sufridas por entonces, situaban al Grupo III de Ataque como una de las Unidades Aéreas más castigadas por las bajas sufridas en combate. El Pucará (fortalezas) de fabricación nacional, ya contaba con la fama de derribar helicópteros ingleses y de golpear las fuerzas terrestres enemigas con dureza y precisión. Para el enemigo fuimos un verdadero e inesperado dolor de cabeza
Para ese entonces los británicos tenían dos factores decisivos a su favor: la superioridad aérea, sólo amedrentada por las defensas antiaéreas de las Islas y el bloqueo naval.
Volar rasante, la clave para sobrevivir
La Orden Fragmentaria (OF) llegó en la madrugada y disponía para el mediodía del 29 de mayo (día del Ejército Argentino), el despegue de tres Pucará desde el Aeródromo Santa Cruz hacia las Islas, armados con bombas, ametralladoras y cañones para atacar eventualmente blancos de ocasión o tropas desembarcadas y aterrizar en Puerto Argentino para reforzar la dotación de aviones Pucará, siendo ésta la última Escuadrilla disponible.
Con una meteorología cambiante, por momentos desfavorable por la presencia de densos nubarrones y lluvia intermitente pero con una suficiente cantidad de combustible, cruzaríamos “el charco” con un perfil de vuelo Alto – Bajo – Bajo, es decir que alcanzaríamos las Islas ya en vuelo rasante.
La misma OF dispuso que una aeronave civil perteneciente al Escuadrón Fénix, un avión bimotor Mitsubushi de similares velocidades de navegación, guiara a nuestra Escuadrilla directo a Malvinas y abandonara la formación cerrada unos 40 kilómetros antes de llegar a sus costas, para retornar rumbo de regreso al continente. Es de recordar que para entonces, el único medio para navegar con el que se contaba era la brújula, dado el bloqueo radioeléctrico de señales impuesto por los ingleses. No obstante el Mitsubishi estaba equipado con un flamante instrumento de navegación autónoma llamado OMEGA (basado en 7 antenas mundiales), sistema usado por la aviación comercial que necesariamente se mantuvo operativo durante todo el conflicto. Esa precisión en la navegación, nos permitió ahorrar combustible y evitar la deriva producto de los fuertes vientos dominantes en el Atlántico Sur, combustible que luego sería de vital importancia para la Escuadrilla.
Hicimos contacto visual con costa malvinense, nos separamos del avión guía y volamos por el sur de la Isla Gran Malvina. Sentí una profunda emoción. Yo era el tercero de los tres y volábamos entre chubascos. Adoptamos una formación escalonada hacia el sur y nos adentramos en el Estrecho de San Carlos en absoluto silencio de radio, buscando al frente encontrar la Isla Soledad. Seguíamos rasante muy pegados al agua con nuestro panel de armamentos armado y listo para el disparo.
De repente un brusco viraje por derecha del 1, nos anotició de la presencia de una gran estructura negra anaranjada la que evitó sobrevolar. Se la veía de manera difusa pero con seguridad que no era de color gris…sentí el golpe de adrenalina y todos mis sentidos agudizados. Se trataría por las dimensiones, de un buque de transporte británico, probablemente instalado a modo de piquete en la entrada del Estrecho, el que sin dudas nos delataría minutos más tarde con la flota, hecho que fue corroborado porque nuestro radar de Puerto Argentino identificó a una Patrulla Aérea de Combate (PAC) despegando de un Portaviones, con rumbo convergente hacia a nuestra posición.
Fue entonces que, arriesgando ser detectados por emitir, el radar rompió el silencio radial y nos ordenó eyectar las cargas externas del avión para alivianar peso, volar directo hacia Puerto Argentino a la máxima velocidad posible y mantenernos rasante. Estábamos sobrevolando la Isla de Bouganville en el Seno Choiseul a unos 10 minutos del aterrizaje… era demasiado tiempo!. Esto nos obligó a sobrevolar terreno ya ocupado por las tropas británicas y lo único que teníamos a nuestro favor era el factor sorpresa del vuelo a muy baja altura.
Mientras tanto, fueron activadas las defensas antiaéreas de tubo y misiles en Puerto Argentino, por un inminente ataque aéreo, creando “una burbuja” de unos 5.000 metros que era letal para la aviación inglesa, burbuja que estaba determinada por el alcance efectivo de la munición antiaérea de 35 mm y muy respetada por los Harriers que ya habían sufrido una importante cantidad de derribos.
Para nuestro alivio y seguridad, la PAC no nos logró interceptar y los tres Pucará ingresamos al círculo defensivo de Puerto Argentino… Volábamos muy bajo y muy cerca entre la pista y las elevaciones del Monte Dos Hermanas, Tumbledon y Monte Kent.
Los dos Harriers, obligados a tomar altura por la amenaza antiaérea, permanecieron por unos minutos sobrevolando en la vertical, esperando el momento más vulnerable para nuestros aviones que era el aterrizaje, oportunidad en la que lanzarían una pequeña bomba cada uno, configuración con la que solían despegar para cumplir una misión alternativa, en caso de fallar con la interceptación.
El haber ahorrado combustible en la navegación nos permitió seguir volando rasante a máximo consumo, sin dificultad, situación que seguramente no ocurrió con la PAC quienes, alcanzando el mínimo combustible, se vieron obligados a lanzar sus cargas en altura y de manera imprecisa, para de luego regresar al portaviones.
Ocurrido esto, los tres Pucará fuimos dirigidos al aterrizaje de manera individual. En las fotos que acompañan este relato, pueden observarse los impactos de las bombas al costado de la pista y mi avión (A-514) luego del aterrizaje.
De este modo y pisando suelo malvinero, había concluido nuestra misión con éxito. A partir de ese momento, se sucederían los 15 días más álgidos del combate, de los cuales fui testigo privilegiado y por la Gracia de Dios que me permitió regresar con vida, puedo dar testimonio de ello.
En lo personal y al hablar de vivencias, automáticamente viene a mi memoria una frase que, a pesar del tiempo transcurrido y la distancia, se mantiene con plena vigencia…” estuvimos muy cerca, de lograrlo”. Hoy, a casi 40 años de la Gesta y confiando en las herramientas de la diplomacia, puedo decir que aún conservo intacta la esperanza de ver a nuestras Islas recuperadas e integradas definitivamente al patrimonio soberano Nacional.
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