Hijos del Femicidio

Opinión 05 de enero de 2020 Por Moira Corendo
En 2019 se produjo un femicidio cada 27 horas, con un record de 30 durante el mes de diciembre.
Violencia deGenero

Según datos aportados por el “Observatorio de las violencias de género, Ahora que sí nos ven”, durante el 2019 se produjeron 327 femicidios, es decir, uno cada 27 horas, con un record de 30 asesinatos durante el mes de diciembre. Nueve de cada diez denunciados viola la restricción perimetral, el 63% fue cometido por la pareja o ex pareja. Está claro que el sistema judicial está fallando y que la violencia de género es un emergente que no está siendo abordado en toda su complejidad y magnitud. 

Santiago tenía 6 años cuando su papá asesinó a su mamá, las ventanas de su casa se encontraban cerradas porque era una noche muy fría de agosto, él dormía en la cama de su mamá cuando sintió la puerta y la llegada de su papá, que ya no vivía allí. Se quedó despierto porque cada vez que su papá venía las cosas se ponían feas. Su mamá se levantó dirigiéndose hacia la cocina para no permitir que entrara a su habitación, antes de salir le dijo: “Por nada del mundo salgas de acá, si escuchas ruidos, escondete debajo de la cama”. Escuchó ruidos y golpes y llantos ahogados de su mamá como tantas otras veces, también escuchó la voz de su papá, esa voz inconfundible que amaba y a la vez odiaba. Se escondió bajo la cama tal como ella se lo pidió, allí se quedó durante horas, llorando y al mismo tiempo paralizado del miedo, con las manitos en los oídos, hasta que por fin se animó a salir. Su padre había apuñalado a su madre en el piso de la cocina; en su cabecita de niño todavía puede palpar la sangre y el olor y el miedo y el terror. No puede ponerle todas las palabras necesarias a su dolor, sin embargo, expresa su culpa por no haber defendido a su mamá, por haberse quedado bajo la cama mientras la mataba y también por haberle dicho a la vecina que llamó a los gritos en ese momento, que fue su papá. Es tan pequeño y con tanta culpa que desandar, con tanto dolor que sanar.

Algunos las vieron morir, otros como Santiago las escucharon, unos intentaron salvarlas, otros estuvieron a punto de morir a manos de su padre también, otros incluso, debido a errores colosales por parte de la justicia patriarcal, vivieron con el asesino de su madre durante un tiempo. Todos victimas de su padre, todos perdiendo en el mismo acto a las dos figuras significativas que los constituyeron como sujetos, todos desechos de sostenes. 

No es casual que el record de femicidios se haya producido en el mes de diciembre ya que es un mes cargado de ansiedades y obligaciones que no le son ajenas al femicida, una arista económica que se expresa en lo emocional. Agobiado por las exigencias de la masculinidad hegemónica que lo obliga a ser proveedor, entre otras cosas, en diciembre le exige mucho más debido a las infinitas obligaciones sociales y económicas con las que se debe cumplimentar, sumado a esto la angustia de atravesar las fiestas, los cierres, la fragmentación que le provoca pensar en su mujer como en una cosa que debe responder a sus designios, el poco manejo de las frustraciones con el que conformó su Yo debido a tener que cargar y demostrar que sé es un macho, la ausencia de oralidad para expresar lo que siente. Todos estos factores van eclosionando al femicida que aún no lo es, pero que está pensando con demasiada frecuencia en serlo. Matarla comienza como una fantasía hasta que el pensamiento se hace cada vez más recurrente, siente que así se solucionarían sus problemas. Si ella deja de existir, también dejan de existir los celos que lo aguijonean permanentemente y el dolor que le provoca verla sin él, la angustia por no tenerla, la desesperación porque elija estar con otra persona; ¿cómo es posible que no quiera estar con él si ella es de su propiedad? Realmente cree que ella es el problema y que él, en un acto de justicia, debe solucionarlo. Entonces allí va, y la mata, perfectamente consciente de sus actos, quizás creyendo que va a ser solo un susto y las cosas se van a de las manos, tal vez con premeditación y alevosía pretendiendo que no dejará rastros; pero seguramente con la certeza que debe darle una lección a ella, un ejemplo para otros y una lección para que su propio hijo aprenda como se trata a una mujer en rebeldía.  

¿Y nosotros como sociedad qué? ¿Qué hacemos desde nuestro lugar, con esos datos escalofriantes, con estas historias que escuchamos día a día? Ya no podemos sólo apenarnos por las circunstancias de vida y de muerte de esas mujeres, por el dolor de esos niños, no alcanza con lamentarnos. Debemos seguir luchando, continuar exigiendo la Ley de Emergencia Nacional en Violencia de Género, seguir hablando por las que quedaron sin voz, salir a las calles por las que tienen miedo, seguir exigiendo justicia por los que quedaron sin madre, seguir escuchando a aquellas que denuncian, creyéndoles, cuidándolas para que no formen parte de las estadísticas, para que ningún otro Santiago deba esconderse bajo la cama con las manitos en los oídos. 

Boletín de noticias