Dialéctica del Inmigrante
¿Por qué nos cuesta tanto recibir a los inmigrantes si es ésta tierra la que recibió a nuestros abuelos y bisabuelos?, ¿por qué no los recibimos como sociedad con la misma alegría y respeto que antes?, ¿por qué nos resulta tan fácil discriminarlos?
Hace unos días nos enteramos que un venezolano caminó ocho mil kilómetros a pie para llegar a Buenos Aires y encontrarse con su mujer embarazada, huyó de la crisis humanitaria que atraviesa su país como tantos otros coterráneos lo hacen.
La noticia se diseminó por todos los medios y fueron recibidos con alegría por el pueblo argentino, sin embargo, no siempre lo hacemos así. Me pregunto ¿por qué nos cuesta tanto si es ésta tierra la que recibió, hace tantísimos años, a nuestros abuelos y bisabuelos? Llegaron huyendo de la guerra, de la hambruna y las enfermedades. Navegaban hacinados en la bodega de barcos, dejando su tierra, su historia, su identidad. Arribaban al puerto de Buenos Aires y en algunos casos, ni siquiera eran respetados sus nombres, pasaban a llamarse su equivalente en español, de Giuseppe a José sin escala.
"Me pregunto ¿por qué nos cuesta tanto
si es ésta tierra la que recibió,
hace tantísimos años,
a nuestros abuelos y bisabuelos?"
Trabajaron duro haciendo crecer a este país, instituyeron la descendencia de tantas familias, manteniendo las tradiciones que aún hoy nos esforzamos por salvaguardar con las nuevas generaciones. En muchas familias todavía se cuentan historias de ese desgarrador viaje en barco, el miedo que les provocaba el mar; en la parte superior del barco viajaban los varones y en la bodega mujeres y niños, muchos niños enfermos sin medicamentos, sin limpieza, el olor de esa bodega que nunca pudieron olvidar, la angustia de llegar a un lugar desconocido sin nadie a quien recurrir, empezar de nuevo, pero de nuevo en serio, sin redes de contención, sin recursos más que sus manos dispuestas a trabajar de sol a sol; con la desesperación de quien huye de la muerte, pero con la esperanza de sobrevivir en principio, y vivir después.
Así llegaron y así se quedaron, algunos pudieron volver a ver sus tierras y otros sólo las atesoran, quizás ya de manera distorsionada, en sus más hermosos recuerdos.
El inmigrante trabajador de antaño es parte de nuestra historia, de nuestras familias, de nuestro presente, el nuevo inmigrante es ahora el venezolano, peruano, paraguayo, boliviano que llega con la misma ilusión, trabajar. ¿Por qué no los recibimos como sociedad con la misma alegría y respeto que antes?, ¿por qué nos resulta tan fácil discriminarlos?
"El inmigrante trabajador de antaño
es parte de nuestra historia,
de nuestras familias, de nuestro presente,
el nuevo inmigrante es ahora el venezolano,
peruano, paraguayo, boliviano
que llega con la misma ilusión."
Ese sujeto desesperado que coloca tres o cuatro cosas en una mochila y se dispone a caminar ocho mil kilómetros, con sus pies lastimados, pasando del frio que entumece al calor abrazador, con heridas en su piel, pensando que puede hacerlo, pero en muchas oportunidades, sintiéndose abatido, solo y desesperanzado de lograrlo. Lo único que sabe es que tiene que llegar a nuestro país, escapando del suyo. Finalmente lo logra y comienza otra lucha sobrellevando trabajos no registrados, con el sólo deseo de criar sus hijos en paz y tener en algún momento, un trabajo bien pago, dentro del sistema laboral formal. Dejó atrás su familia, amigos, sus costumbres, los lugares en los que creció, su tierra que duele tanto abandonar. Y la tierra duele, nos duele a todos, porque es nuestra, aunque nos quieran hacer creer lo contrario, ella contiene nuestros valores, creencias, ideologías, nuestros vínculos; también contiene una realidad intempestiva y dolorosa que nos acarrea en su oprobio desarrollo.
La dialéctica del inmigrante hace que la historia vuelva a repetirse, pero con trasformaciones, los inmigrantes nunca serán los mismos y quienes los reciben tampoco somos los mismos, hemos cambiado y lo seguiremos haciendo.
Esta época que nos toca atravesar es muy diferente a la que atravesaron nuestros abuelos, aquí también hay hambre, al igual que en otros países latinoamericanos, desocupación y flexibilización laboral, sentimos como sociedad que los extranjeros nos van a quitar el trabajo, que vienen a robarnos; sin embargo, no nos quitan nada porque nada tenemos, somos un país igualmente dependiente, oprimido por el imperialismo, teniendo que rendirle cuentas invariablemente a él, siendo parte del llamado tercer mundo que tributa al primero.
"La dialéctica del inmigrante hace
que la historia vuelva a repetirse."
Ya que nada tenemos, al menos podemos ser capaces de recibir a quien lo necesite permitiendo que haga su camino, que sus costumbres se mezclen con las nuestras, todavía podemos ser un pueblo que lucha porque la cooperación prime por sobre la competencia albergando a nuestros hermanos latinoamericanos, sin discriminación, sin menoscabo de su cultura que tiene tanto que ver con la nuestra, compartiendo la tierra que honraron nuestros abuelos.
Por: Moira Corendo
Psicóloga Social
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