Estallido social en Chile y clases sociales
Chile inunda las calles de protestas hacia el gobierno del Presidente Sebastián Piñera.
Los hermanos chilenos colmaron de protestas las calles a lo largo de las 16 regiones, por lo que consideran justo, cansados de la desigualdad social, cansados de la brecha existencial entre el que más tiene y el que no tiene nada.
El Presidente Piñera expresaba hace un tiempo: “En medio de esta américa latina convulsionada, nuestro país es un verdadero oasis” y hace pocos días enunció: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, la primera dama chilena, Cecilia Moral, pronunciaba a su vez: “Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. ¿Para el Presidente el enemigo poderoso es el pueblo chileno, su propio pueblo? ¿Están en guerra por exigir el frene de la tarifa del ticket del metro de Santiago por un grupo de estudiantes secundarios? ¿No será tal vez que el pueblo se cansó de 30 años de dictamines jurídicos que no sólo no los representan, sino que además no hacen más que acrecentar la explotación de los trabajadores? ¿La excusión y el descontento social estarán siendo expresados mediante esta estampida de reclamos? ¿O quizás debería escuchar más a su primera dama que un arrebato de sinceridad quiere compartir las riquezas? Pareciera que el oasis no era más que un espejismo en un desierto de colapsos derechistas.
Nuestros antepasados vivían en comunidades nómades, en un modo de producción colectivo primitivo, donde las tareas eran realizadas por grupos, desplazándose de un lugar a otro conforme al curso de los ríos y sirviéndose de lo que la tierra les otorgaba.
La primera división evolutiva del trabajo es la división sexual, los varones cazaban y las mujeres recolectaban la elemental cosecha. Luego se produce una segunda división: la caza y la recolección dieron paso a la agricultura, ganadería y artesanías, solucionando con vasijas la contención de agua.
Debido a la organización productiva que se generó, se comenzó a contar con un excedente de lo producido y la necesidad de alguien que lo administre, es allí donde emerge como tercer momento divisional, el fraccionamiento entre trabajo manual y trabajo intelectual, lo que a su vez potenció la producción. Hasta ese momento, las personas que robaban elementos de una propiedad colectiva, eran asesinados, enviados a la selva o incorporados a la comunidad como hermanos.
Luego de la aparición del excedente y su correspondiente desarrollo técnico – productivo, se toma al ladrón como esclavo y se queda con su producción. Son esos los albores de la división de clases: la clase dominante, que contaba con el manejo del excedente y la clase dominada, que se constituía de los esclavos y productores de ese excedente. Dicho excedente no alcanzaba para sostener a ambas clases, por lo que la clase dominante se quedaba con él y lo distribuida a su conveniencia hacia la clase dominada. Así fueron pasando uno a uno los modos de producción con sus correspondientes sistemas de explotación: esclavista, feudalismo y finalmente el capitalismo que llega hasta nuestros días.
Como latinoamericanos, nuestro lugar en el mundo es el lugar de dominado, somos pueblos dependientes no sólo por el sistema económico al que yacemos funcionales sino también por el imperialismo que además deviene del capitalismo. Ese imperialismo al que debemos responder nos mastica y luego devora con manifestaciones implícitas, pero casi siempre de manera explícita. El capital extranjero se lleva las ganancias obtenidas por la venta de la fuerza de trabajo de los
trabajadores, consumiéndola y convirtiendo la materialización de su trabajo en mercancías fabricando un valor de uso, que no se corresponde con el valor de cambio, es decir, que la consecuencia del producto trabajado son el resultado de las condiciones concretas de existencia del trabajador. Asimismo, la plusvalía agiganta la brecha social entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores, dejando al trabajador alienado, ajeno a su propia producción a la que además no tiene ni tendrá acceso; conjuntamente, aumenta las filas de desocupados, la precarización laboral y la desigualdad social, se trabaja para quién más tiene y se sobrevive como se puede.
Chile se cansó de sobrevivir, quieren ser escuchados y para eso salieron a las calles, sus calles; allí el Estado los recibe con el monopolio de la fuerza, menuda forma de consensuar democráticamente. Detrás de las fuerzas armadas también está la clase dominada, son trabajadores que ni siquiera pueden expresar su descontento, termina siendo una lucha de pobres contra pobres, de oprimidos contra oprimidos, porque el carabinero que llora sobrepasado por las circunstancias en una de las manifestaciones, es solo una de las tantas muestra del dolor que lacera a un pueblo cansado de ser funcional a la riqueza de unos pocos. Sin embargo, desandar contradicciones como esa, es lo que finalmente logra que la comunidad sea escuchada; un estallido social que no tiene que ver con “la brisa bolivariana” sino con el hartazgo de un pueblo que sufre. El sufrimiento de Chile es el dolor de todos los pueblos latinoamericanos, y ha sido un grave error subestimarlo, porque el pueblo siempre tiene la verdad. No es un enemigo como dice Piñera, pero sí es poderoso, si el pueblo se une, el pueblo triunfa.
*Moira Corendo: Psicóloga Social
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