Árboles y agua: una relación recíproca que debemos conocer
El uso que históricamente se ha hecho de los bosques nativos en el mundo ha sido amplísimo, y aún hoy se usa a diario productos derivados de los árboles en forma continua (y muchas veces, poco sustentable), no sólo en objetos de madera, sino también las toneladas de papel que usamos para envolver los productos que consumimos, escribir, leer, y por sobre todo, limpiar.
Asimismo, la madera como leña o carbón puede ser una fuente importante de combustibles para uso domiciliario y/o industrial, que en algunos países con carencia de otras fuentes alternativas, llega a ser crucial en la matriz energética.
Para abastecer esta demanda de madera y sus derivados, que aumenta a medida que se desarrollan las sociedades, se puede apelar a los bosques nativos o a las plantaciones forestales. Los primeros son ecosistemas pilares para el funcionamiento del sistema global y regional donde se encuentran, regulando ciclos climáticos e hidrológicos, y siendo refugio de una buena parte de la biodiversidad terrestre.
El uso racional y conservación de los bosques nativos constituyen una demanda esencial para garantizar la sustentabilidad en un sentido amplio. Como consecuencia de ello, las plantaciones forestales pasan a ser decisivas en la satisfacción de las demandas de la sociedad sin exponer a los bosques nativos a su sobreexplotación.
Sin embargo, si bien plantar un árbol es algo “bueno”, plantar miles de árboles, especialmente en zonas donde naturalmente no hay árboles, no es mil veces más bueno. La actividad forestal basada en el cultivo de árboles tiene sus propios desafíos en el marco de la sustentabilidad, entre los que el “agua”, como recurso natural, cobra especial relevancia (si bien no es el único).
Los desafíos para la sustentabilidad relacionados con el agua pueden verse como dos caras de una misma moneda. Los árboles y el agua poseen una relación recíproca. Los primeros (como todo ser viviente) necesitan de la segunda para sobrevivir, crecer y reproducirse. Es decir, para producir madera, hace falta agua. La productividad de la actividad forestal, y por lo tanto, su sustentabilidad en términos socio-económicos, requiere minimizar los problemas del estrés generado por eventos de sequía y por deficiencia de agua en general. Pero a su vez, las grandes dimensiones de los árboles hacen que éstos usen mucha agua en sus procesos vitales, alterando la cantidad de agua disponible en un lugar, así como otros procesos del balance hidrológico. La producción forestal puede implicar entonces un impacto negativo sobre los recursos hídricos locales, amenazando la sustentabilidad en términos ambientales.
Los árboles de rápido crecimiento y su alto consumo de agua
Las especies de rápido crecimiento, es decir aquellas que normalmente se utilizan en plantaciones forestales con fines comerciales, pueden utilizar varios miles de litros de agua por día y por hectárea. Este consumo diario no necesariamente es mayor al que realizan los bosques nativos o algunos cultivos anuales de alta productividad (como la soja o el maíz), aunque en estos últimos el alto consumo se restringe a una época más acotada del año que en el caso de las especies forestales de hojas perennes, como los pinos o los eucaliptos.
Las mayores diferencias de uso de agua se pueden establecer entre las forestaciones y los pastizales, debido a las marcadas diferencias en productividad entre sistemas. Un aspecto a destacar es que si bien pasan a través de los árboles cientos de litros de agua por día, proceso ligado a su fijación de carbono, menos del 2% de esa agua queda retenida en la biomasa del árbol. La gran mayoría del agua circula desde el suelo por el árbol y vuelve a la atmósfera, formando parte del ciclo del agua, y cayendo nuevamente en otro sitio en forma de precipitaciones. En este proceso biológico el agua no se contamina ni se pierde, sino que cambia de estado y de lugar.
En ambientes donde los bosques se desarrollan naturalmente, existe el lógico equilibrio entre la vegetación y la cantidad de agua. Los problemas pueden llegar a suscitarse cuando se instala una plantación forestal en un ambiente donde naturalmente no se ha desarrollado un bosque. Vale decir que hoy no se puede reemplazar bosque nativo por plantaciones en Argentina, aunque sí se puede forestar en algunos sitios donde antiguamente hubo bosques que fueron reconvertidos a zonas ganaderas (pastizales) durante el siglo XX. En ambientes con vegetación de pastizal, que naturalmente posee un menor uso de agua que las plantaciones de alta productividad, se puede producir un desequilibrio que debe ser analizado para minimizar posibles impactos negativos.
En este sentido, los árboles en general poseen raíces más profundas que los pastos, por lo que pueden hacer un uso más exhaustivo de los recursos hídricos disponibles en el suelo, alcanzado en algunos casos la capa freática (o napa).
Impacto de la falta de agua sobre los árboles
Distintos estudios recientes han mostrado los efectos que las olas de calor y las sequías intensas o prolongadas han provocado sobre bosques en todo el mundo, en los que se han reportando episodios de mortalidad masiva de árboles.
Estos estudios se plantean en el marco de las consecuencias negativas del cambio climático global, que provoca en muchas regiones del planeta situaciones climáticas más extremas que las que caracterizaron los últimos siglos, con episodios más frecuentes de sequía, inundaciones y altas temperaturas.
Los efectos del cambio climático afectan tanto a los árboles creciendo en sus sitios naturales de desarrollo, como a aquellos que se cultivan con fines industriales o de remediación. De acuerdo a la región, los efectos del cambio climático se sobre-imponen a las limitantes propias del sitio, lo que puede significar un desafío importante para cualquier actividad basada en la productividad vegetal.
La selección adecuada de especies y sitios es el primer aspecto a considerar en la decisión de forestar. Esta decisión suele ser fácil en regiones con tradición forestal, en las que ya se conocen cuáles son los mejores sitios y las especies y variedades con los mejores desempeños en cada uno. Sin embargo, esta primera decisión se torna más difícil en regiones de desarrollo forestal incipiente, en las que hay poca experiencia previa y se parte sólo de los antecedentes en otros lugares del mundo o del país con similitudes ambientales.
Fuente: con información del CONICET-INTA