La piel oscura

Opinión 07 de junio de 2020 Por Moira Corendo
George Floyd muere asesinado a manos de un policía el 25 de mayo en Powderhorn, Minneapolis, Estados Unidos, lo que ha generado un estallido social en el país con repercusiones a nivel mundial.
George Floyd Luis Espinosa
Foto: 1983.com.ar

George Floyd muere asesinado a manos de un policía el 25 de mayo en Powderhorn, Minneapolis, Estados Unidos, lo que ha generado un estallido social por todo lo largo y ancho del país con repercusiones a nivel mundial. La muerte de un ciudadano norteamericano induce a semejante descontento social no sólo por la acumulación en cantidad de siglos y siglos de racismo sino también debido a la crisis generada por el Covid-19, se estima que las pérdidas de puestos de trabajo, posterior a la pandemia, llegarían a cifras totalmente inusitadas para la megapotencia. Por consiguiente, salir a la calle a manifestar la insatisfacción, intenta ponerle freno a la reelección de Donald Trump el próximo 3 de noviembre; retando el toque de queda y sus amenazas de “ley y orden”, los manifestantes volvieron a reunirse en más de 140 ciudades. Así es como el portavoz es la lucha contra el racismo, pero por debajo aparecen otras connotaciones sociales que, del mismo modo, deben ser atendidas.

A nivel mundial, las repercusiones que aviva no son únicamente por repudio al asesinato sino porque se trata de Estados Unidos, país imperialista que oprime a países en desarrollo como el nuestro. Lo que sucede allí hace oscilar al resto del mundo, si Estados Unidos fuera un país latinoamericano ya estaría intervenido por el mismo Estados Unidos, ya se hubiesen aprovechado de la situación para obtener alguna ventaja por mínima que sea. Sin embargo, ¿porque nos resulta más cómodo hablar sobre lo sucedido allí? Lo vemos en todos los medios de comunicación masiva y también en los medios alternativos, no obstante, acá cerquita, igualmente podemos percibir muestras de abuso institucional como a Luis Espinoza, peón rural desaparecido el 15 de marzo en el marco de un operativo policial en Simoca, provincia de Tucumán. Encontrado a los pocos días muerto en un precipicio catamarqueño, baleado por la espalda con un arma reglamentaria perteneciente al oficial auxiliar José Morales y envuelto en plástico. Asimismo, hemos visto la crueldad ejercida por efectivos policiales hacia la Comunidad Qom, en barrio Bandera Argentina de la cuidad de Fontana, Chaco; siendo brutalmente atacados y detenidos, además de abusar sexualmente de dos menores de edad que luego rociaron con alcohol con la amenaza de prenderles fuego.

Está visto que el abuso policial no es sólo inherente al país colonialista, quizás la diferencia radique en que las protestas sólo se ven en Estados Unidos. ¿Por miedo, por poca solidaridad, por falta de empatía?, ¿porque seguimos manteniendo algunos preconceptos muy arraigados como “Algo habrán hecho” o “Yo argentino, no me meto”?, ¿porque naturalizamos expresiones como “Negros de mierda”? Sea cual fuere el motivo, las muestras de racismo deben interpelarnos a todos, como continente y a nivel mundial, oponiendo resistencia y lucha frente a ellas.

La diferenciación racial tiene su origen en la Conquista de América donde principia el tráfico de esclavos provenientes de África para la explotación de los recursos del nuevo continente, denominado por ese entonces, “Indias”. A América llegaban barcos repletos de esclavos que consiguieron la libertad recién partir del Siglo XIX con el surgimiento de las nuevas naciones que se fueron independizando de los países europeos. Sin embargo, no nos hemos liberado aún del racismo. El racismo acecha no sólo a los afroamericanos, sino que es una muestra feroz de discriminación hacia cualquier persona de piel oscura. Las burlas, el rechazo histórico, la mirada de soslayo germinada en la época de la esclavitud, pero alimentada con desdén hasta nuestros días, desvaloriza manifestándose en desigualdad de condiciones y exclusión. Es sabido que, para las personas de piel oscura, el esfuerzo siempre es mayor, deben demostrar el doble que cualquier otro y constituirse subjetivamente con todo ese pesar, atravesando cotidianamente situaciones de violencia física pero también simbólica.

Fue atroz ver a George Floyd arrestado por cuatro policías e inmovilizado con la rodilla de uno de ellos, que a su vez mantenía las manos en los bolsillos como muestra de total despreocupación. Expresaba con un hilo de voz: “Por favor, no puedo respirar, me van a matar, mamá, mi cuello” y el policía respondía con la arbitrariedad de quien tiene el poder estatal: “Levántate, vamos al coche. Te dije que no podías ganar”. Mientras su voz se iba ahogando, a nosotros, espectadores privilegiados por la grabación de un celular, también se nos iba cerrando la garganta, un nudo en el estómago nos franqueaba. Floyd ha dejado de respirar, ya no se mueve, todo ha terminado para él, pero nunca podremos olvidar sus últimos halos de respiración pidiendo por su madre; esa escena tan desgarradora como primaria debe ser la que nos impulse a acabar con el racismo de una buena vez por todas, honrando su muerte, luchando para que ya nadie sea clasificado, encasillado y prejuzgado por su color de piel, que todos tengamos las mismas oportunidades, que construyamos finalmente el sueño de libertad de Martin Luther King y de Rosa Park, donde los asientos no sean sólo para los blancos y donde la muerte de George Floyd y la de tantos otros que mueren todos los días sólo por tener la piel oscura, no quede impune. El racismo debe dejar de ser algún día la rodilla que asfixia al mundo.

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