El duelo del abandono paterno

Opinión21 de junio de 2020 Por Moira Corendo
En nuestro país hoy es el día del padre, sin embargo, hay un porcentaje que ha ido creciendo conforme pasan las décadas, de padres que abandonan a sus hijos y, por consiguiente, de niños que deben elaborar ese duelo.
PRIVACIÓN-PATRIA-POTESTAD.

En nuestro país hoy es el día del padre, en el marco de la pandemia están habilitadas las reuniones familiares de hasta diez personas por lo que, la gran mayoría, podremos disfrutar de un hermoso domingo en familia. Sin embargo, hay un porcentaje que ha ido creciendo conforme pasan las décadas, de padres que abandonan a sus hijos y, por consiguiente, de niños que deben elaborar ese duelo.

Una hija abandonada por su padre desde el vientre materno, a sus 38 años lo verá por primera vez. Se prepara para ese encuentro, le duele el estómago, hace algunas noches que no puede dormir, la ansiedad no se lo permite, se pregunta cómo será esa reunión, ¿qué le dirá él, le pedirá perdón, se abrazarán, lo reconocerá? El día llega, es una tarde calurosa de principios de diciembre, en la calle se cruza con mucha gente que camina apurada, para distraerse los mira tratando de adivinar sus historias, eso siempre la relaja. Llegó al café donde se habían citado, y lo vio, lo reconoció y él a ella, la magia de internet y su falta de sorpresas. Se saludaron con amabilidad, se sentó frente a él, se miraron a los ojos por un breve instante y él dijo: “Me descompuse después de recibir tu llamado”. Y sí, así comenzó, todo el encuentro se trató de él. Le contó que al recibir el llamado estaba tomando un café con sus amigos luego de salir de su consultorio y cuando cortó estaba pálido, posteriormente en su casa, su esposa tuvo que llamar a emergencias para que lo atendieran, se había descompensado. Ella lo había llamado doce días antes para decirle que era su hija, él respondió que sabía que ese llamado iba a llegar algún día. Acuerdan verse, pero el encuentro no fue lo que ella esperaba y a juzgar por la posterior desaparición del progenitor, tampoco lo fue para él, después de ese no hubo ningún otro.

Hay muchos tipos de abandonos paternos, algunos más explícitos, otros implícitos, pero todos ellos dejan una huella marcada en el psiquismo de los niños, desencadenando consecuencias psicológicas con mayor o menor intensidad conforme a la etapa de desarrollo en que se haya producido, mas siempre, dejando una herida que hay que desandar para poder sanar. Poder poner en palabras el dolor es una herramienta fundamental a la hora de elaborar el duelo por el padre ausente y al mismo tiempo, una necesidad imperiosa del niño, de poder expresarlo para elaborarlo y transformarlo. A lo largo de su vida va escuchando una serie de representaciones sociales emitidas claramente con la intención de mitigar el dolor, pero que están colmadas de la necesidad de quien las emite, de naturalizar el abandono, por ejemplo: “Y Bueno, él se lo pierde”, frase que no es verdadera ya que el que más pierde es el niño, comenzando por su identidad, por la posibilidad de conocer de dónde viene, de saber el juego de expectativas que se depositaron en él al momento de nacer, se pierde la posibilidad de contar con una alta autoestima y lo único que gana es una sensación de vacío que lo acompañará durante toda la vida y que tratará de llenar con diferentes alternativas. La que también pierde es la madre, pierde sostén económico y social, encontrándose sola para tomar decisiones y acompañar en la crianza. Otra representación social que escuchamos a menudo es: “La sangre tira”, pues no, la sangre no tira, sino que es sólo otra forma de romantizar el abandono, si a una

relación parental no se la sostiene vincularmente, la sangre sola no puede hacer nada, las relaciones afectivas se construyen.

Como sujetos sociales traspolamos los grupos arcaicos a los nuevos de manera inconsciente, por lo tanto, muchas veces no sabemos porque actuamos de determinada manera y cuando nos damos cuenta, pensamos que es demasiado tarde. A los padres que abandonan a sus hijos, les sucede lo mismo, algunos son conscientes que no es correcto su accionar, pero sienten que no pueden hacer nada con ello. Acercarse al hijo abandonado después de mucho tiempo, implica la posibilidad concreta del rechazo que no están dispuestos a aceptar, involucra la inminente responsabilidad que conlleva la relación parental, y, además, la aceptación de saber que se ha desacertado como padre. Posiblemente, las matrices de aprendizaje de masculinidad de esos padres, transmitidas de generación en generación, los hayan conformado como seres fuertes, que no se doblegan, que no dan el brazo a torcer, donde el hijo es responsabilidad de la madre, donde las equivocaciones no se permiten, donde pedir perdón es para los débiles. Los modos de cimentar la paternidad no se deben a procesos naturales e idénticos a todos los varones, sino a construcciones sociales y familiares, por lo tanto, particulares de cada individuo. No obstante, estas construcciones se edifican a base de modelos parentales vehiculizados a través de mandatos insertos en un orden socio histórico que sí es común a todos y que varía en las especificidades económicas, religiosas y culturales en las que se desarrolla cada familia. Los varones deben cumplir roles constituidos subjetivamente por esos mandatos no mostrando debilidad ni vulnerabilidad, y, por consiguiente, no manifestándose como seres que se equivocan.

No somos los mismos padres con cada uno de nuestros hijos, formamos con ellos una estructura vincular diferente que entrama necesidades y sistemas comunicacionales distintos, es por ello que, algunos padres pudieron reparar los vínculos con los hijos posteriores al que abandonaron, lo que hace que la autovaloración del que sí fue abandonado sean aún menor, empero, es un gran aliciente para ese padre y una manera de rectificar su accionar.

Nuestra capacidad de aprendizaje como sujetos es ilimitada, por lo tanto, nunca es tarde para reparar los vínculos, nunca es tarde para acercarse a un hijo pese a años de abandono, para sanar ese dolor, para llenar ese vacío. Por lo pronto, hoy les deseamos feliz día a los que realmente están presentes en la crianza de los hijos dando amor, sostén y cuestionando día a día sus matrices de masculinidad y paternidad, a las madres que también son padres, a los que aman a hijos ajenos como si fueran propios, a los que no querían ser padres y asumieron su responsabilidad con amor y dedicación, a los que cobijan a quienes no lo tienen sin cuestionar nada, solo entregándose al rol.

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