Mamá Trans
La maternidad llegó a Nadine por medio de Lucca, el hijo de su amiga, ambas se conocieron cuando ejercían la prostitución en la noche cordobesa. Compañeras en el espanto y las carencias, se fueron a vivir juntas. La mamá de Lucca quedó embarazada y cuando él nació no se sentía capacitada para ejercer ese rol tan determinante, poco a poco fue delegando la maternidad en Nadine; a los dos años, se fue de la casa que compartían buscando otros horizontes, quizás menos violentos, o tal vez escapando de ese rol que no podía desempeñar, que la excluía socialmente y la llenaba de culpa. Le dijo llorando a Nadine: “Te lo dejo porque vos lo querés y yo no sé ni qué le gusta comer”. Las cosas no fueron fáciles, pero ella amaba a ese niño que de repente le pertenecía, acaso esa fuera la primera vez que se sentía propio el amor, un amor para ella. El amor por Lucca fue su motor.
Cuando la mamá de Lucca se fue, algunas personas de su entorno pronunciaban: “No tiene instinto de madre”, “Una sabe cómo ser mamá”. Escuchamos a menudo expresiones con total liviandad que manifiestan las representaciones sociales con las que nos hemos constituido subjetivamente, expresiones que están llenas de preconceptos y que sesgan situaciones tan complejas como dolorosas. Y sí, ni Nadine, ni su amiga, tenían instinto de madre, porque el instinto de madre no existe, sino que el rol materno se va construyendo socialmente, culturalmente. Somos seres sociales que nos vamos configurando junto a otros, nada hay en nosotros que no sea la resultante de esa interacción; por lo tanto, nos vamos desarrollando conforme a la expresión y satisfacción de las necesidades, consonantemente a como fuimos criados por nuestros vínculos primarios.
Elegir ser una mamá trans en una sociedad llena de prejuicios no fue tarea fácil para Nadine, la subjetividad colectiva de la que formamos parte hace referencia cada vez que se habla de travestismo, transexualidad y transgeneridad a una forma de marginalidad que lo único que expresa son las leyes heteronormativas y binarias que pasaron de generación en generación y que nos llevan a enjuiciar a quien se encuentre por fuera de esa norma.
Una mamá trans, sola, alejada de su familia, con un trabajo que alimentaba a ambos, pero a un costo elevadísimo de maltrato, violencia y cosificación. Quien ve a la prostitución con ojos de elección, no puede vislumbrar todo el dolor que detrás de esa alternativa hay, alternativa que no es tal, porque si no se puede elegir, no es alternativa. La hostilidad, la incomprensión y la violencia escolar por la que atraviesan las infancias trans, marcan la experiencia de escolarización y sus matrices de aprendizajes, condicionando en su mayoría, las futuras posibilidades laborales. Con qué ganas se va a la escuela todos los días siendo objeto de burlas y maltrato, estigmatizadas y ridiculizadas por su condición.
"Quien ve a la prostitución con ojos de elección,
no puede vislumbrar todo el dolor que detrás de esa alternativa..."
Complementario a esto, la pobreza estructural por la que atraviesa gran parte del colectivo, limita enormemente obtener un trabajo que no esté ligado a la prostitución. A medida que van creciendo sus derechos se van invisibilizando cada vez más hasta convertirse en sujetos que no cuentan ni para las campañas políticas, ni para leyes de inclusión, ni para cupo laboral. Es ahí donde comienzan a ser aguijoneadas por las circunstancias sociales a ejercer la prostitución, no la eligen. La romanización del trabajo sexual no hace más que justificar con un velo ocultador el dolor de tantas mujeres, ni los clientes se enamoran de ellas ni llegan para salvarlas y cambiarles la vida; los clientes van sólo para satisfacer su propio morbo utilizando un cuerpo que creen suyo y que descartan después, buscando en él alimentar su ego y la masculinidad hegemónica que se les exige.
Noche tras noche la trabajadora sexual va fragmentando su Yo para escindirse y poder lidiar con su tarea. ¿Y quién vuelve a integrar ese Yo para poder seguir adelante? ¿Para sentir que aun vale la pena? El motivo para seguir de Nadine, pese a todo, es Lucca y también sus compañeras, porque sin un otro que acompañe y sostenga no podemos resignificarnos a nosotros mismos, sin un otro que devuelva la imagen en el espejo, no logramos configurarnos. Ella tuvo el apoyo de esas compañeras que Lucca llamaba Tías, todas colaboraron con su crianza, le compraban los útiles para la escuela, zapatillas, le festejaban los cumpleaños, los sostenían a ambos. Y así creció, sano, feliz y contenido por una familia que fue armando a base de cariño y elección; en libertad, la libertad que ni Nadine ni su mamá biológica pudieron disfrutar.
"Noche tras noche la trabajadora sexual va fragmentando su Yo
para escindirse y poder lidiar con su tarea."
Nadine hoy es investida socialmente como una mamá trans, lo que la llena de orgullo; no obstante, quizás en un futuro cercano, podamos dejar de lado tanta adjetivación y la denominemos como comunidad: mamá, sólo mamá.
*Moira Corendo: Psicóloga Social