El virus del miedo

Opinión 22 de marzo de 2020 Por Moira Corendo
La pandemia correspondiente a la enfermedad infecciosa Coronavirus, está ocasionando una crisis mundial de salud y por supuesto económica.
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Hace veinte años leí “Apocalipsis” de Stephen King, cuya primera edición fue en 1978. A mi entender, uno de sus mejores libros, lo creí en ese momento por el miedo que ocasionaba desandar sus páginas y también hoy, por su correlato con la realidad. El propio maestro del terror tuvo que salir a desmentir las similitudes de su “Capitán Trotamundos” con el Covid-19 para no generar pánico.

La pandemia correspondiente a la enfermedad infecciosa Coronavirus no es el Apocalipsis, pero sí está ocasionando una crisis mundial de salud y por supuesto económica. Las normativas cambian día a día conforme al número de infectados y de muertos que se van produciendo, no hay pronósticos ni análisis de mercado que puedan vaticinar el futuro económico de las potencias mundiales y menos aún, el nuestro, de los países tercermundistas. En lo cotidiano ya se está produciendo una merma económica en los bolsillos más delgados, el de aquellos que están por fuera del sistema laboral con trabajos informales y contratados. Se estima que las grandes superficies podrán afrontar esta crisis con mayor respaldo financiero pero las pymes y los pequeños negocios de barrio ¿hasta cuándo podrán resistir?

Así es como nos preocupa sobremanera la salud, mas también estamos angustiados por la situación económica, inevitable pensar en quienes viven con lo justo y de pronto ya no pueden salir a buscar el mango, o en quienes son obligados a trabajar exponiendo su salud, por un sistema perverso que les paga por día sin ningún tipo de carga social, para que otros, con condiciones laborales más estables, se queden en su casa. Pensamos en los que están en condición de calle, en las personas de la tercera edad que están solos y sienten que los días son mucho más largos, en los niños que viven en residencias estatales donde no hay suficientes recursos económicos, ni sostén, ni amor, en los que asistían a los comedores comunitarios para al menos contar con una comida al día. Pensamos y pensamos y es inevitable la angustia que genera la permanente y necesaria información, la ansiedad va creciendo conjuntamente a la hipotetización de situaciones que exceden nuestro control, el desconcierto de no poder planificar nada, la incertidumbre de no saber. La velocidad con que se van produciendo los hechos nos va fragilizando y desestructurando, sin embargo, estas conmociones son esperables para estos tipos de escenarios, hay que transitarlas y sobrellevarlas con la mayor calma posible.

Sabemos poco sobre el virus, pero sí sabemos que debemos quedarnos en casa, pensar en nuestra salud y sobretodo en la de los otros, hacer uso de la libertad personal para cuidar a los que tenemos cerca, y al mismo tiempo, al resto. Este virus no distingue entre clases sociales, entre obreros asalariados y dueños de los medios de producción, este virus nos hace ver que las fronteras de los países poderosos que plantaron muros impenetrables, no eran tan herméticas, que la propiedad privada del capitalismo no era tan privativa, que ni la mercancía más valiosa es comparable con la salud. Las corporaciones se dieron cuenta que la fuerza de trabajo que aumenta su plusvalía, no existe sin proletariado sano que pueda venderla. Finalmente comprendieron que eran sujetos antes que números. Ahora todos, estamos en casa por igual, no importa cuanta ganancia se haya acumulado, ni la dimensión de los ingresos, lo único que importa es la salud.

A lo largo de la historia, fueron las pandemias y las guerras las que marcaron los mayores hitos de cambio social y ya estamos viendo algunos procesos históricos: en un país como el nuestro, marcado fuertemente por las diferencias ideológicas, se ha dejado de lado cualquier posicionamiento político y se han aunado los recursos para el bien común; gobierno y oposición trabajan juntos, los diarios se han olvidado por un rato de las pautas publicitarias y los intereses partidarios para poder unificar publicaciones que desarrollen la consciencia social, nos sentimos por primera vez en muchísimos años, embanderados por la misma causa, sobrevivir al virus. Entonces algo se está moviendo, algo estamos cambiando.

No es el Apocalipsis de King, la primavera va a llegar y mientras tanto, es un tiempo de oportunidad para reparar, construir y resignificar los vínculos con quienes convivimos, mucho tiempo libre para conocernos desde otro lugar, para mirar hacia adentro, para aquietar la vida, como animales hibernando, como la naturaleza descansando de nuestra destrucción ecológica, para renacer fortalecidos, utópicos tal vez, pero creyendo que es posible concluyentemente pensar en el otro y ver a la salud como una construcción colectiva. Quedémonos en casa honrando la vida y a nuestra canción patria más significativa: “Al gran pueblo argentino, ¡salud!”

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