Alex

Opinión 31 de mayo de 2020 Por Moira Corendo
El pasado domingo, Alex de 15 años, salió a cazar liebres con dos vecinos de su barrio en Cañuelas, cuando fueron embestidos por una camioneta Dodge 4x4 conducida por Rodolfo Sánchez.
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El pasado domingo, Alex de 15 años, salió a cazar liebres con dos vecinos de su barrio en Cañuelas, se dirigían hacia el barrio “El Taladro” cuando fueron embestidos por una camioneta Dodge 4x4 conducida por Rodolfo Sánchez, propietario del campo por el que estaban atravesando. Debido al impacto, Alex pierde la vida en ese mismo momento. Sánchez declara que actuó en legítima defensa, denunciando a su vez, que Alex le estaba robando un ternero llevándolo en brazos, versión que fue desmentida por José y Agustín Cabañas, quienes acompañaban a Alex y testigos presenciales del hecho. José Cabañas declara: “Íbamos tranqui cuando apareció la camioneta y nos quiso chocar a los tres. Encaró directo. Después no llamó al hospital ni nada, lo dejó tirado como un perro. Nos dijo: levántenlo y váyanse. Vino a fondo, en ningún momento nos habló, nos chocó de una. A Alex lo agarró con la rueda de adelante y luego la de atrás”.

Sánchez está imputado por homicidio calificado por alevosía y permanece detenido en el Comando de Prevención Rural de Cañuelas. Para la imputación, la fiscal Norma Pippo tuvo en cuenta el estado de indefensión del adolescente, desprovisto de actitud amenazante y de armas, asimismo, la ausencia de animales en el lugar del hecho. 

Esta no es más que otra historia repetida a lo largo de los años donde el gran terrateniente doblega al peón, ostentando su superioridad en grandes camionetas que quizás demuestran inconscientemente, el grado de narcisismo que se esconde tras ese volante, haciendo uso y abuso de la impunidad que otorga ser dueño de los medios de producción. 

Si bien los tiempos han cambiado mucho y las leyes laborales que protegen a los trabajadores también, se sigue percibiendo en la subjetividad colectiva un dejo de desdén y desvalorización por la vida de los peones de campo, por el trabajo que realizan, denegando su inteligencia solo por trabajar con el cuerpo, degradando su manera de vivir y, por consiguiente, discriminándolos. Los dueños de la tierra, en general, invisten desprecio hacia sus trabajadores no reconociendo el enorme y forzoso trabajo que realizan, como si hubiese que aceptar el lugar de cada uno, unos nacen para mandar y otros para obedecer. En tiempos de la esclavitud, los hacendados llenaban sus arcas a costa de miles de esclavos que trabajan sus tierras a cambio de un plato de comida y una barraca donde dormir, tratados como animales y provistos de los mayores castigos en caso de incumplir alguna de las rigidísimas reglas que se les aplicaban como por ejemplo, no mirar a los ojos, debiendo principiar y concluir el trabajo de sol a sol otorgándoles solo dos horas en el día para su ocupación personal, disponiendo de su vida y de su muerte a su antojo, obligándolos a servirles hasta en sus actos más privados, desprendiéndolos de sus ritos y festividades, denigrándolos, cosificándolos. Ahora, en tiempos de postmodernidad, aún se mantiene en el colectivo social esa forma despectiva y hostil que lleva años configurando nuestra subjetividad.

Ya no hay esclavitud, pero sigue habiendo oprimidos bajo el yugo del patrón capitalista. El sistema económico, unidad reguladora que también cosifica, nos conforma como parte de un gran engranaje que debe seguir moviéndose pese a todo, conformación subjetiva enmarcada por el “nuevo orden mundial” que proclama formas de gobierno donde el poder esté en manos de los países más ricos o en su defecto, muy influenciados por ellos, colocándonos como residentes del mundo obedientes, disciplinados y sumisos. Pero al mismo tiempo, desarrollando sujetos desconfiados, individualistas e intolerantes hacia las diferencias, como si la idea de nuevo orden mundial se transpolara a cada uno de nosotros mediante el desprecio por el otro y el cuidado de lo material sin importar lo comunitario. Aparece el otro como rival, como germen de competencia propiciando nuevas formas de organización subjetivas, emergiendo relaciones interpersonales distantes, frías, recelosas, con vínculos lábiles y al mismo tiempo, relaciones intrapersonales quebrantadas donde la fragilidad yoica nos lleva a atacar al otro creyéndonos superiores. Así es como un peón caminando por el campo de un patrón determinó la alerta en su psiquismo y decidió cazarlo cual, si fuera un animal, demostrando así toda su fuerza alimentada por años y años de poder económico y desigualdad social. El miedo a perder algo de su vasto patrimonio lo colocó en un minuto en calidad de justiciero defendiendo sus tierras. Así nos hemos constituidos como sujetos, defendiéndonos de un imaginario atacante, sumidos en el más absoluto egocentrismo, protegiéndonos de quien se acerque, por si acaso, sólo por si acaso.  

El terrateniente ha cazado un peón de campo, tal como si aún estuviésemos en tiempos de esclavitud, cómo si aún se sintiera dueño de su vida, un peón que sólo se las rebuscaba para meter algo en la olla, carne de liebre para un guiso que alimente a toda la familia, que de fuerzas para continuar sobreviviendo, para continuar trabajando y sustentando el sistema económico que profesa prácticas de dominación y explotación, que te hace sentir parte otorgándote una retribución mínima pero que, al mismo tiempo, te excluye dejándote fuera de las ganancias mediante la plusvalía. En 2020 ya no hay esclavitud, sin embargo, algunos cazan animales para sobrevivir, mientras que otros cazan vidas humanas solo por miedo a perder algo material.  

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