Un niño, un libro, infinitas aventuras
La lectura nos permite imaginar, crear, desarrollar el ingenio, transportarnos a mundos fantásticos, desplegar en nuestras cabezas tantos personajes como situaciones; por más irreales que parezcan, en la imaginación se les otorga el grado de tangibles.
Este permiso para volar, en los niños se torna fundamental, la lectura constituye así la ventana hacia la creatividad. Sin embargo, en estos tiempos de postmodernidad la lectura ha quedado cada vez más relegada, el sistema económico y el consumismo que engloba, logran que nos encontremos con mayor variedad de libros infantiles para comprar, los hallamos de todos los tamaños, colores y texturas, pero pese a eso, la celeridad que atraviesa la cotidianeidad, la devoción por la imagen y la inmediatez que brinda el uso de las pantallas digitales, el poco tiempo con el que contamos para detenernos a compartir un espacio con los niños, hacen que la lectura se convierta en esporádica.
"Este permiso para volar, en los niños se torna fundamental,
la lectura constituye así la ventana hacia la creatividad."
Asimismo, según fuentes oficiales, el 48% de los niños de nuestro país son pobres. En contextos tan desfavorables, esos niños terminan conformándose con comer todos los días, y tomar un libro por el puro placer de leer, se vuelve un lujo, sumergirse en la irrealidad que se desarrolla en él con la panza vacía, pasa a ser una quimera imposible; con necesidades básicas tan insatisfechas, el desarrollo de la imaginación acontece acotado y pragmático, acorde a las carencias por las que se atraviesa.
No basta con brindar un libro a un niño pequeño de vez en cuando para fomentar futuros lectores comprometidos; un libro implica también la responsabilidad de compartirlo con él, de leérselo, de imaginar juntos las aventuras que allí se narran. A veces, por no decir muchas veces, no tenemos ganas de leerles un cuento a nuestros hijos, la hora de dormir es la acumulación de todas las tensiones por las que fuimos atravesando durante el día como padres y trabajadores, en el mejor de los casos, como desocupados y bajo la línea de la pobreza, en otros, por lo que escuchar algo así: “Léeme un cuento, porfa porfa, un cuento”, o canticos alusivos y estridentes para nuestros oídos, sobre todo a esa hora, como: “Cuen – to, cuen – to, cuen – to, cuen - to”, no nos provoca siempre placer.
El día ajetreado, las obligaciones laborales, los problemas económicos, el duro contexto social que nos atraviesa, el automaticismo con el que se desenvuelve nuestra rutina, impiden frenar un instante y permitirnos disfrutar de ese pedido. Y así vamos por la vida, tironeados de todos lados, exigidos y culposos por no poder hacer todo lo que creemos que se nos requiere, sino haciendo lo que podemos, que no parece, pero es bastante. Por todo esto, que nos pidan un cuento suena demasiado en ciertas circunstancias, no obstante, no siempre lo van a hacer, no falta mucho para que dejen de solicitar cuentos, historias, anécdotas, no falta mucho para que la puerta a la imaginación ya no sea brindada por nosotros y que dejemos de ser parte de ese mundo mágico que se les presenta.
"El día ajetreado, las obligaciones laborales,
impiden frenar un instante y
permitirnos disfrutar de ese pedido."
Aprovechemos entonces la oportunidad de compartir ese instante, de fortalecer la estructura vincular, de que crean y merodeen por otras ilusiones, otras maneras de vivir, hagamos voces locas, pongamos matices a lo que vamos leyendo, transitemos la lectura como si fuera una aventura también para nosotros, que los niños vean que también la disfrutamos. Permitamos que la lectura sea para ellos y también para nosotros, hay personas más creativas y otras menos, pero todos contamos con la capacidad de volar un poco e imaginar, quizás podamos ver ese momento de cofradía literaria y fraternal como la posibilidad de dejarnos llevar también por una ventana que nos transporte a otros mundos y soñar con niños que puedan alimentarse, vestirse, estudiar; desde nuestra imaginación, pero también desde el trabajo en comunidad.
Logremos que los libros sigan desarrollando nuestra imaginación, ahora como adultos, para ver más allá de lo que tenemos, poder reconocer nuestras necesidades y las de la comunidad a la que pertenecemos, saber que siempre hay algo para compartir, que si no contamos con bienes materiales, podemos compartir nuestro tiempo con otros, idear proyectos comunitarios, pequeñas acciones que contribuyan a concebir lazos solidarios, y si no, aunque más no sea, siempre vamos a encontrar un niño que quiera escuchar un cuento.
*Moira Corendo: Psicóloga social