Historia de cicatrices

Opinión 15 de noviembre de 2019 Por Moira Corendo*
Una vez superado el cáncer de mama, poco se habla de las consecuencias psicológicas que presenta la mujer que ha atravesado por una cirugía mamaria.
FotoCirugiaDeMama

El cáncer de mama es un tipo de cáncer que se forma en las células de las mamas, después del cáncer de piel, es el más común diagnosticado en mujeres; también se puede producir en hombres.

Con el paso del tiempo se han aumentado las campañas de prevención y detección precoz, lo que acrecentó notablemente las estadísticas de las tasas de sobrevivencia. Sin embargo, una vez superado, poco se habla de las consecuencias psicológicas que presenta la mujer que ha atravesado por una cirugía mamaria. La cirugía es una parte fundamental en el tratamiento, y se suele realizar en la mayoría de casos; pese a que preservar la mama es el principal objetivo de los especialistas, en ocasiones no es posible y la cicatriz que deja es el recordatorio del trascurrir de la enfermedad.

"Una vez superado, poco se habla de las consecuencias psicológicas
 que presenta la mujer que ha atravesado por una cirugía mamaria".

Podemos escuchar comentarios de algunas mujeres expresados en estos términos: “Necesito la reconstrucción mamaria para poder cerrar este dolor”, “Cada vez que me veo, me recuerda por todo lo terrible que pasé”, “Quiero volver a sentirme normal”, “No es mi cuerpo, ya no soy yo”, “Me cuesta mirarme desnuda y ya pasaron 5 años”, “Me siento mutilada”.  

Esto me lleva a pensar en la representación social que tenemos del cuerpo de la mujer, desde pequeñas somos clasificadas implícitamente entre hermosas y feas, entre señoritas y machonas, recatadas y rebeldes, como si todo se resumiere a una dilematización entre lo bueno y lo malo, impuesto por una subjetividad colectiva que se manifiesta desde la cotidianidad. Como si lo tácito no fuera suficiente, también desde lo explicito somos aleccionadas: “Arreglate un poco, sos una nena”, “Las nenas no se suben a los árboles porque se lastiman las piernas y después no pueden usar pollera”, “No te ensucies, ya parecés un varón”, “Vas a tener que hacer dieta porque así no vas a conseguir novio”.

Esta forma de introyectar y a la vez proyectar el cuerpo femenino, va configurando nuestra manera de percibirnos y, por consiguiente, las autoexigencias se van acrecentando conforme a sí estamos o no dentro de la norma establecida por la tiranía de la belleza. Atiborradas de estándares de perfección limitados a la delgadez, a la juventud, a cuerpos magros, pero eso sí, con curvas, tarea bastante quimérica teniendo en cuenta que la grasa corporal es lo que otorga la figura curvilínea.

Además, a cuerpos sin marcas del paso del tiempo y menos aún sin cicatrices. A esto se le adiciona, el culto a los pechos que nos ha acompañado desde siempre, la cosificación de los mismos como objeto de placer, de poder; el fetiche que genera exacerbado por la intencionalidad de venta de las publicidades, hace que todas queramos pechos hermosos y no podamos aceptar nuestro cuerpo tal como es.  Y así vamos por la vida, enfundadas en un cuerpo que por lo general no amamos, que criticamos despiadadamente y peor siquiera, que dejamos criticar por otros dándoles el lugar de potestad verídica, afectando nuestra autoestima a tal punto que ya no sabemos para quien sería ese cuerpo idealizado, en el improbable caso de que alguna vez lo consigamos, ¿para nosotras o para quién? 

Con esta carga de mandatos sociales incorporada a nuestra subjetividad, resulta coherente pensar en porqué una mujer se siente mutilada luego de una mastectomía. Poner el foco en la modificación corporal en lugar de celebrar la enorme proeza de haber vencido al cáncer, está relacionado con aquellos fundamentalismos dicotómicos que enuncian, por un lado, que el cuerpo lo es todo, y por el otro, que es sólo un envase encargado de mostrar nuestro interior. Quizás es ambos, ni hay que rendirle culto sólo por tener la capacidad de mostrar lo que somos, ni es sólo el envase; es el continente de un contenido no por eso menos importante. Debemos cuidarlo, claro está, pero permitiendo que sea libre, que envejezca orgulloso del paso del tiempo que nos trajo hasta acá, orgulloso de cada arruga, vanagloriándonos de los años que tenemos y sobretodo de cada cicatriz.

Las cicatrices son hermosas porque si un dolor se convirtió en cicatriz quiere decir que sanó y si sanó ahora sirve para contar una historia de superación. Si nos provoca tristeza vernos una cicatriz, tratemos de pensar en todo lo que tuvimos que pasar para tenerla, en lo que dejamos atrás de ella para que sanara, lo que éramos antes y lo que somos actualmente, la transformación que sufrimos para dejar el dolor de lo que fue y nunca volverá a ser.

"Las cicatrices son hermosas porque si un dolor
 se convirtió en cicatriz quiere decir que sanó
 y si sanó ahora sirve para contar una historia de superación".

Si fuimos capaces de soportar ese dolor, somos capaces de llevar con orgullo la marca que quedará para siempre, más no nos determina, sino que nos muestra hasta donde podemos resistir y dignificar la vida, un devenir confluente de pasado y futuro en una marca indeleble, identitaria y bella. Dejemos que nuestras cicatrices cuenten historias, porque cada vez que ellas hablan, nosotros sanamos un poco más. 

*Moira Corendo: Psicóloga Social

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