Festival de Viña, la fiesta en medio del estallido

Opinión 29 de febrero de 2020 Por Moira Corendo
La edición n° 61 del festival de Viña del Mar se desarrolló en medio de manifestaciones y protestas.
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La edición n° 61 del festival de Viña del Mar se desarrolló en medio de manifestaciones y protestas situadas en los puntos estratégicos de la cuidad como las plazas Vergara y Sucre, el Puente Libertad y el Hotel O’Higgins.

Los manifestantes expresan como inaceptable que se haya realizado el Festival priorizando en él los recursos económicos y no la demanda de numerosas organizaciones sociales. Ni la opulencia del Hotel O’Higgins, ni la belleza de la Cuidad Jardín, y menos aún, el reconocimiento internacional del Festival de la Canción, lograron invisibilizar el estallido social que aún se sigue desplegando. ¿Por qué con semejante emergencia social no se suspendió tal como se hizo con otros eventos? ¿Quizás para darle cierto aire de normalidad al clima nacional? ¿Tal vez para devolver un poco la sensación de institucionalidad? ¿Acaso sea para intentar mover la aguja de las encuestas sobre el “orgullo chileno”?

El 14 de octubre, estudiantes secundarios y universitarios se organizaron para evadir masivamente el tiquete del metro de Santiago debido a su suba, lo que a su vez produjo que el 18 del mismo mes, se extendiera la protesta y comenzaran los incidentes que culminaron con el mayor estallido social que ha atravesado el país en los últimos 30 años de democracia, arrasando a su paso con un saldo de 31 muertos.

Mientras las protestas han quedado concentradas en Viña, Valparaíso, Santiago, Concepción y Antofagasta, en el resto del país se percibe angustia e incertidumbre. Al mismo tiempo, siguen preocupados por su imagen mundial, la encuesta “Orgullo Chileno” realizada por la Universidad Católica de Chile y la encuestadora “Imagen Chile”, arrojó que al 70% de los encuestados, les interesa que el mundo tenga una buena opinión sobre ellos.

El orgullo por Chile bajó 6 puntos después del 18 de octubre. Sin embargo, antes del estallido o también llamado por las agencias publicitarias “la contingencia”, cuando se les preguntaba por alguna circunstancia que les hiciera sentir orgullo, mencionaban los logros deportivos, los premios Nobel, el rescate a los mineros. Ahora, luego de los sucesos de octubre, también se toma como una situación digna de sentir orgullo, el retorno a la democracia, lo que deja ver la valorización de un hecho que tenían totalmente normalizado.

El estallido ha logrado que tiempos de cambios arriben al hermano país y de repente se escuchan en sus calles discusiones sobre si corresponde o no realizar chistes machistas, se habla sobre discriminación, sobre feminismo, se ponen en tela de juicio cuestiones que nosotros, del otro lado de la cordillera, ya hemos puesto en valor hace tiempo y vamos deconstruyendo poco a poco. En los medios masivos de comunicación se han comenzado a cuidar algunas maneras de expresión y formas de abordaje en cuanto a los temas sociales. En cada pared libre podemos ver una pintada, un mural, un grafitti que exprese el repudio hacia el gobierno y hacia el capitalismo y, asimismo, la expresión incipiente de la lucha feminista. 

Mientras tanto, en Viña, el paisaje es muy contradictorio, como todo en la vida; por un lado, se observan las calles pulcras, impecables, cuyos canteros aéreos la enmarcan de flores, autos de lujo, los centros comerciales, protegidos con estructuras para evitar los saqueos, están abarrotados de ávidos compradores; no se ven personas en situación de calle, sólo podemos apreciar algún que otro vendedor ambulante de agua mineral. Y por el otro lado, su contrario y al mismo tiempo su complemento de existencia, vemos los cerros atestados de ciudadanos que no tienen acceso ni al lujo ni a la obsecuencia que indica el Festival, cuya afirmación del estallido social se expresa mediante las llamadas “funas”, es decir, manifestaciones de denuncias y repudio público.

En medio de ese contexto, era previsible que se politizara “la fiesta” y fuera aprovechado por el público en general para expresar su insatisfacción; no obstante, los organizadores no deben haber imaginado la dimensión de los hechos y el apoyo masivo de las grandes estrellas. Escuchamos a Ricky Martín diciendo: “Exijan lo básico, los derechos humanos. Yo estoy contigo Chile, siempre con amor y paz, pero nunca callados”. La cantante internacional, pero oriunda de Viña del Mar y activista feminista, Mon Laferte, expresó: “Si me tienen que llevar presa por decir lo que pienso, llévenme presa”, al tiempo que cantaba y saltaba junto a todo el público: “El que no salta es un paco”. La actriz Javiera Contador, a medida que avanzaba su rutina de stand up, la adobaba con pequeñas frases como, por ejemplo, que votará “Apruebo” en el próximo plebiscito, sutiles intervenciones políticas y sociales se iban sucediendo en la voracidad de sus relatos, pero sin pasar desapercibidas por el público que vitoreaba cada una de ellas.

Los chilenos le han mostrado al mundo una vez más su descontento, le han hecho saber al mismísimo Piñera y a toda la cúpula política que la desigualdad social ha llegado a su límite, que no pueden consentir la pobreza, el vapuleo a las jubilaciones, la falta de recursos hídricos, la violación de los derechos humanos, la inequidad de género. Han dejado claro que la resistencia continúa, que el resultado del plebiscito es sólo una arista de la contingencia, que aún hay mucho por hacer, pero del mismo modo, que la esperanza y la unión los envuelve, que luchan por ellos, por las futuras generaciones, por los 31 muertos.   

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