El encierro del trabajador

Opinión 02 de mayo de 2020 Por Moira Corendo
Nos encontramos con un día del trabajador muy diferente a los anteriores por las condiciones de aislamiento social, preventivo y obligatorio en las que nos hallamos.
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El 1° de mayo de 1886 se produce la primera gran huelga general en Estados Unidos exigiendo condiciones de trabajo más dignas y la reglamentación de las ocho horas diarias. Por esa época se trabajaba de 10 a 14 horas en circunstancias de extrema insalubridad, incluidos niños y mujeres que recibían menor remuneración que los varones, el Patriarcado siempre pisoteando antes que nadie. La clase obrera afroamericana que, además de trabajar en condiciones deplorables, era altamente discriminada en todo el país, también logró manifestarse junto a blancos con sus mismas carencias, no así las mismas persecuciones segregacionistas. Así es como la lucha comenzó a emerger, urgida por la necesidad de millones de oprimidos que concluyeron unirse y que hoy conmemoramos. 

En este momento nos encontramos con un día del trabajador muy diferente a los anteriores por las condiciones de aislamiento social, preventivo y obligatorio en las que nos hallamos. Hace un año, por este mismo medio, escribía que la desocupación ascendía al 12%, la subocupación laboral y la caída de la actividad por la merma del poder adquisitivo, constituían sus ejes fundamentales, además de la pérdida de puestos de trabajo. En la actualidad, el escenario económico es aún peor debido a la entrada triunfal del Coronavirus y todas las medidas de salud, económicas y sociales que se tomaron al respecto. Millones de trabajadores y trabajadoras no pueden cumplimentar sus tareas, trabajadores informales que no generan ingresos desde el pasado 20 de marzo, la pequeña y mediana empresa que se ahoga un poco más cada día que pasa, las multinacionales y los gremios que acuerdan suspender a todo el personal para salvaguardar los puestos de trabajo y por supuesto sus ganancias anuales. 

Detrás de cada una de estas aristas económicas, se encuentra un trabajador angustiado, que no puede proyectar, estancado bajo la incertidumbre de no saber si va a poder afrontar o no sus deudas. Encerrado, por lógicas y justificadas razones, pero encerrado al fin, habituado a salir a trabajar todos los días durante muchas horas, actualmente se encuentra obligado a permanecer en su hogar con todo lo que eso significa. Las relaciones vinculares se intensifican, una nueva rutina se pone en funcionamiento debido a la disruptiva dinámica familiar o a la intempestiva obligación de estar solos. Muchas veces irrumpe la tristeza por la irrevocable obligación de tener que estar solo con sus pensamientos, con sus fantasmas, con sus inseguridades, con uno mismo sin escapatoria. Con tiempo libre, tal vez por primera vez en muchos períodos, pero ¿librado de qué? El trabajo es parte de una misma constelación: trabajo, tiempo libre y vida familiar, la familia como guarida de las exigencias laborales, el tiempo libre como descanso y puerta hacia la creatividad, ocupan cada uno su espacio y al mismo tiempo despliegan su interrelación. Sin embargo, si no hay trabajo, los otros dos bastiones pasan a difuminarse, el trabajo como organizador psíquico, es quien se ocupa de que exista el tiempo libre y que la vida familiar pueda disfrutarse. Cuando hay desocupación laboral, la vida familiar lo invade todo y se confunden aspectos y roles que corresponden a otros ámbitos. Ahora, la constelación se encuentra toda revuelta entre cuatro paredes cual si fuera una madeja enredada a la que indefectiblemente tenemos que desovillar. Algo similar ocurre con el trabajo de ama de casa, nunca valorado ni regido por horarios ni francos y tan alienante como el de cualquier trabajador industrializado. El tiempo libre en las amas de casa se enmaraña con la vida familiar y lo laboral se invisibiliza como parte del rol impuesto socialmente. No obstante, durante estos más de 40 días que llevamos de confinamiento, se ha podido tomar cierto grado de conciencia en lo referente ese rol y su valorización. 

Entonces, parece que este 1° de mayo tan diferente a otros, de igual manera conlleva lucha, esta vez hacia adentro, para brotar luego hacia fuera. ¿Será una paradoja que el mayor movimiento obrero revolucionario, se haya gestado en el país crecidamente imperialista, dominante y opresor de otros como el nuestro? No es una paradoja, es el polo opuesto de la misma contradicción, es la lucha de clases que se contrapone al avasallamiento de los derechos laborales, a la precarización, alienación y despersonalización del obrero. Lucha “encerrada” pero latente, viva, a la que se volverá explícitamente cuando las condiciones de salud estén dadas, apelando a la creatividad como lo hemos hecho en todas las crisis, al trabajo en comunidad, con vínculos cooperativos, con confianza en nosotros mismos, planificando la esperanza, concibiendo nuevas formas de trabajo y producción.  

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