La Crisis en diversidad funcional

Opinión15 de noviembre de 2020 Por Moira Corendo
Durante la pandemia, la vida cotidiana ha cambiado para todos, pero más aún para los sujetos con diversidad funcional.
esquizofrenia
Durante la pandemia, la vida cotidiana ha cambiado para todos, pero más aún para los sujetos con diversidad funcional. Foto: gentileza

Durante la pandemia, la vida cotidiana ha cambiado para todos, pero más aún para los sujetos con diversidad funcional. Para ellos, la cotidianidad, aquello que les era conocido, rutinario, organizador de su psiquismo, fue afectada drásticamente; todo lo que era orden se convirtió en caos, en restricción, en prevención. De repente, lo que mantenía el equilibrio en la discapacidad, se trastocó. Los logros obtenidos tienen retrocesos, los factores disposicionales se empeñan en ser los protagonistas nuevamente, las crisis que estaban controladas vuelven a irrumpir.

Está trabajando en sus artesanías, muy concentrado y enfocado en el proceso con pequeños pasos que denotan su tarea; de pronto su mirada ya no es la misma, una mirada que reconocemos muy bien, que se va oscureciendo conforme crece su enojo, frustración, a veces también tristeza. Es la mirada del preludio a la crisis, del rayo a punto de caer en la tierra mojada. Lo intenta, lo intenta con todas sus fuerzas, trata de disipar esa mirada, de aplacar esa fuerza que lo va atravesando, de continuar trabajando en lo que no le gusta tanto, en lo que ya no disfruta. Y de pronto, ya no puede controlar más su cuerpo. Se para, expresa que se quiere ir, como si de dónde quisiera irse en realidad fuera de su propio cuerpo, ese cuerpo que a veces se siente tan pequeño y asfixiante. Grita y los sonidos estallan por todos lados al igual que las sensaciones en su mirada y los dramáticos movimientos de sus brazos y piernas.

A comenzado y nada de lo que podamos hacer va a lograr mitigarla, la crisis insiste en salir y explorar y recorrer y prender fuego su cuerpo durante un rato. Su cabeza es la que se lleva la peor parte, la golpea contra el piso, contra la pared, contra sus puños, la golpea porque tal vez cree que así dejará de sonar en su interior una alarma estridente que lo aturde, que lo irrita cada vez más; se clava las uñas en él y en todos, los puños hacia él y hacia todos. El abrazo no logra contenerlo, ni todas las técnicas de control corporal, ni nuestra fuerza exacerbada por la adrenalina y al mismo tiempo, por la impotencia de ver como todo se va descontrolando frente a nuestros ojos. Su mandíbula parece rígida, pero puede hablar, su discurso prescinde de coherencia; sin embargo, sus palabras lastiman, machacan, dan en el punto de urgencia de quienes lo rodean, ¿será que la crisis permite que todo lo celosamente guardado emerja hacia ese contexto que le resulta tan hostil? Son muchos minutos de lucha cuerpo a cuerpo, el dolor físico de él y de quienes queremos contenerlo, mas no se percibe, eso vendrá luego junto a las magulladuras, los cortes, incluso las quebraduras. Poco a poco va pasando, sus ojos ya no emiten tanta furia, el dolor que pronunciaban, se va aliviando. La fuerza utilizada disminuye, los brazos comienzan a ablandarse, las muñecas ya no están tan tensas, solo muestran profundas cicatrices de otras batallas. Las lágrimas asoman tímidamente en señal de paz, sus ojos vuelven a ser calmos y luminosos, otra vez nos vuelven a mirar reconociéndonos, si hasta pareciera que hay olor a tierra mojada, a la lluvia que da paso al sol, con arcoíris y todo, con vientito, con frescor. La crisis ha pasado, tenía que salir para que llegara la calma, sólo hay que saber esperar y aguantar y contener con brazos fuertes porque pronto va a llegar otra. Así es como la crisis en sujetos con diversidad funcional resulta la respuesta que encuentran para expresar tanto dolor incontrolable. 

La crisis institucional en salud mental se le parece un poco, igual de disruptiva, igual de fragilizaste; siempre latente, siempre dispuesta a estallar y llevarse a su paso todo lo conseguido. No obstante, está lejos de ser una respuesta, al contrario, es la limitante de nuestro trabajo. La burocracia que se aplica en salud mental está atiborrada de normas y protocolos, necesarios sin lugar a dudas, que intentan objetivar y estandarizar los abordajes interdisciplinarios, pero que se olvidan de lo urgente, de lo prioritario, que demoran meses y meses en efectivizar los pedidos de asistencia, dejando a las familias solas, angustiadas, sin herramientas y sumergidas en un círculo vicioso del que es muy dificultoso salir sin la mirada de un profesional, de un tercero que corte con la dinámica disfuncional, que sostenga.

Las eternas demoras en autorizaciones de las obras sociales, la violencia institucional, la ausencia de presencialidad debido a la pandemia, la tecnología que no es una opción para todos a causa de las desigualdades sociales de la población y, en caso de tener acceso a la virtualidad, tan dificultosa para algunas patologías; se conjugan peligrosamente con el contexto social actual del que no son ajenas las familias de sujetos con discapacidad: la amenaza permanente del virus y sus consecuencias inciertas, la crisis económica, la falta de trabajo, el estar todos reunidos en el hogar todo el día, la violencia de género, los abusos intrafamiliares, la incertidumbre, la imposibilidad de proyectar, la indeleble angustia día tras día.   

¿Y mientras tanto, el Estado?… eternamente desfasado, empeñado sólo en tapar agujeros, llevándose por delante la calidad de vida de tantos. Como trabajadores en salud mental sabemos que el polo de la enfermedad está compuesto por su par contrario, el polo de la salud, y nuestra tarea consiste en brindar a los sujetos con diversidad funcional herramientas para que logren ser protagonistas de su proceso y que el polo de la salud prime por sobre el de la enfermedad, que puedan planificar la esperanza desde lo que sí pueden hacer y no focalizados en aquello que los limita; pero para eso necesitamos un sistema de salud de funcione, que sane y no que enferme más aún, que brinde soluciones y alternativas, con presupuesto para la interdisciplinariedad, que sostenga a las familias. Al fin y al cabo, solo pedimos que el Estado haga su parte. No pareciera que fuera tanto ¿no?

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