Ella, una más de tantas…

Él intentó matarla, varias veces, pero no lo logró, una vez la roció con kerosene y le prendió fuego, otra la ahorcó contra una pared en plena calle, otra vez le pegó patadas en el suelo hasta hacerla abortar su bebé de seis meses de gestación. Las lesiones físicas son incontadas: hematomas, quemaduras de cigarrillo, alguna herida profunda y otras tantas superficiales, Ella de todas maneras, aclaró durante mucho tiempo: “pero nunca me quebró”.
Todo principio fue sutil, la fue aislando de su círculo social gradualmente, tanto que casi no se dio cuenta hasta que se encontró sola, muy sola. Los celos estuvieron presentes siempre, pero justificados: “si me cela es porque le importo”, las representaciones sociales con respecto al amor, instituidas en las niñas desde pequeñas, determinan que los celos son una manifestación de dicho amor, ¿acaso un padre no expresa asiduamente: “es la nena de papá, no va a tener novio nunca, no la voy a dejar salir de casa hasta los 25 años, los hermanos la van a acompañar a todos lados”? y así podríamos enunciar numerosas frases que naturalizan la dependencia de la mujer hacia el varón.
Avanzado en el tiempo, Ella piensa: ¿En qué momento mi pareja se convirtió en este monstruo? No hay un momento estipulado, una fecha o un motivo puntual para que esto suceda, simplemente, un día la violencia que había acopiada dentro de su psiquismo emergió por acumulación en cantidad y necesitó hacerla efectiva en su compañera, mediante la agresión física y verbal. Esa acumulación en cantidad se fue alojando en la constitución subjetiva del violento debido a múltiples factores, quizás una historicidad de vínculos similares en su infancia, tal vez un modelo a seguir sumiso que prefirió no imitar, adicciones a las que se recurre para encubrir los vacíos emocionales con los que se debe vivir, posiblemente los roles asimétricos que marcaron su vida no sólo consistían en la asimetría necesaria para establecer límites, sino que además eran autoritarios, déspotas, acaso sólo fue aprehendida e internalizada la violencia como defensa hacia una baja autoestima respecto a las exigencias sobre la masculinidad hegemónica que opera sobre Él desde su nacimiento.
Este acopio de tensiones que el victimario necesita descargar en la victima, pueden variar en intensidad y frecuencia, Ella sitúa toda su energía en evitar el incidente violento mediante mecanismos de defensa tales como la negación y la racionalización, y por supuesto, la infaltable culpabilización a sí misma por provocar la violencia. La violencia finalmente irrumpe propiamente dicha, el violento pierde total control de sí mismo y descarga en su víctima toda la tensión acumulada. Luego de pasado ese momento y pudiendo observar el daño que le ha hecho a su compañera, la culpa también lo invade y comienza a desplegar todos sus artificios de seducción y contención para lograr la reconciliación. Durante algún tiempo, la violencia da paso a profundas muestras de cariño, pero sin abandonar el control sobre la víctima. Hasta que el ciclo vuelve a iniciarse.
Parte de la deconstrucción como sociedad que debemos hacer, es comenzar a visualizar las pequeñas cosas, que tal vez no son tan pequeñas: los celos continuos, dejar de confundir amor con posesión, la culpabilización, el menosprecio, la burla, el aislamiento del círculo social, comentarios degradantes, estallidos verbales, etc. La violencia no debe ser permitida nunca, ni con aquel primer grito, ni con esa primera vez que no le permitió ponerse un escote, ni hasta aquella última vez que Ella dijo basta y lo denunció después de haber abortado un bebé de 6 meses de gestación. Ese fue su límite, porque ya no era a ella a la que molía a palos, sino que también maltrataba de una manera bestial a su hijo, el ser que más amaba en el mundo, hasta que lo mató.
"Parte de la deconstrucción como sociedad que debemos hacer,
es comenzar a visualizar las pequeñas cosas,
que tal vez no son tan pequeñas"
Lo denunció, la justicia se expidió, se alejó de Él, sin embargo, sigue sintiendo que no fue suficiente, que no bastó para salvar a su hijo. Su tarea ahora es sanar las lesiones más difíciles que son las psicológicas, dejar de sentir miedo, elaborar el estrés postraumático, luchar contra la depresión que amenaza con aparecer, integrar su psiquismo fragmentado y volver a creer en sí misma, fortalecer su Yo, autoconocer nuevamente a esta mujer que Ella misma peleó por ser.
*Moira Corendo: Psicóloga Social