Aprender con hambre

Según el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC), la pobreza e indigencia han aumentado en comparación con el primer semestre de 2018 y fines de ese mismo año. La pobreza afecta al 35,4% de la población argentina, es decir, 15.8 millones de personas se encuentran en esa situación. En los últimos doce meses, el incremento de sujetos en situación de pobreza aumentó en 3.250.000 millones. De los datos del INDEC también se desprende que, de 9.500.00 de niños menores a 14 años, cinco millones son pobres en nuestro país.
El desayuno en algunas escuelas de Córdoba se realiza como norma, durante el primer recreo, sin embargo, los docentes van realizando excepciones permanentemente para satisfacer las necesidades de los alumnos, bueno, satisfacer es una palabra muy amplia, quizás sería más apropiada la palabra “palear la necesidad”, ya que en la pobreza extrema en la que vive gran parte del alumnado cordobés, no se sacia nada, sólo se amedranta un poco el hambre.
Los expertos en nutrición afirman hasta el cansancio, que el desayuno es la comida más importante del día y que de ella dependen la capacidad de atención, de concentración y el avance ante la exigencia académica. Los niños mal alimentados son propensos a tener dificultades de aprendizaje y problemas de actitud, que se ven reflejados en irritabilidad, agresividad, dificultad de comprensión y falta de interés. No en vano los especialistas consideran que la fórmula nutrición-desarrollo mental tiene, en la mayoría de los casos, una relación directamente proporcional con el desempeño académico del niño en su etapa escolar. Esto ocurre porque en esa fase de desarrollo las neuronas requieren un gran volumen de proteínas y nutrientes, que están en los alimentos, los cuales ayudan a construir todas las sustancias neurotransmisoras que permiten la interconexión entre las células nerviosas del cerebro.
"Los niños mal alimentados son
propensos a tener dificultades
de aprendizaje y problemas de actitud..."
Muchos alumnos de Córdoba, no sólo no desayunan, tampoco cenan; las únicas comidas con las que su cerebro en expansión cuenta, son las del almuerzo (de lunes a viernes en la escuela) y el desayuno en el primer recreo. “Seño, ¿puedo ir al comedor a buscar pan?, un pedacito nomás”, “Seño (en voz muy baja) me llevo dos mandarinas en el bolsillo para mis hermanos”, “Seño anoche no pudimos comer, tomamos mate cocido”. Estas frases que desgarran el alma, son escuchadas todos los días en las escuelas urbano marginal de nuestra ciudad. Los docentes y auxiliares, desafiando reglas absurdas y despiadadas, distribuyen lo que sobra para que les lleven a sus familias, o al menos puedan ingerir algo más hasta el próximo recreo del día siguiente.
Los lunes, según la representación social con la que nos hemos desarrollado, son dificultosos porque la rutina semanal vuelve a comenzar y la rueda gira y gira otra vez; nos quejamos por tener que ir a trabajar, en general estamos desmotivados y poseemos trabajos que no llenan nuestras expectativas ni nuestros requerimientos económicos.
Paradójicamente, los lunes en estas escuelas, son de alegría, llegar los lunes a la escuela significa un plato caliente de nuevo, a veces, el primer plato caliente desde el viernes. El desayuno de los lunes también se modifica, claro, sin que nadie lo sepa oficialmente; en lugar del primer recreo, se les sirve apenas ingresan a la Institución como respuesta el emergente social: hambre. La comida en estos niños es su mayor foco de atención, todo gira en torno a ella y su día, se califica en bueno o malo acorde a sí comieron o no. ¿Cómo desarrollar un pensamiento simbólico en niños que tienen la panza vacía?, ¿cómo se puede generar conciencia crítica, reconocer las propias necesidades y las de la comunidad a la que se pertenece si se convive con una tan elemental que no puede ser satisfecha? Pareciera imposible, pero en ocasiones se logra, ¿gracias a quién?, a los docentes, a los auxiliares, a todas aquellas personas que desafían las reglas de un Estado ausente, pero a la vez presente desde el abandono.
Desafiar las normativas implica adecuarlas, aunque sea un poco, a las necesidades de sus alumnos, a sostenerlos, como se pueda y con lo que haya, pero sostenerlos al fin. Continúan aprendiendo con hambre, pero al menos sabiendo que son importantes para alguien, que hay alguien que confía en ellos, que calma, que escucha, que resiste con ellos.
*Moira Corendo: Psicóloga Social