Andá a llorar al campito
Cuando éramos chicos, mi abuela usaba esa frase cuando nos pasaba algo “trágico” (roturas o pérdidas) y no había culpables a quien señalar.
Con la caída de tres de las redes más usadas en el mundo, hemos podido experimentar una serie de hechos a nivel relacionamiento, tanto en lo personal como en lo laboral.
En cuanto a lo personal, fue evidente que el impacto en la caída de WhatsApp, Facebook e Instagram se puede escalar a nivel generacional. La Generación X y los Millennials quedaron literalmente paralizados con el apagón. La parálisis a los X le duró menos, ya que (algunos antes, algunos después) desempolvaron el uso del SMS y hasta algunos volvieron al discado. Para los Millennials, la tarea del llamado supone una inversión energética agotadora, producto de la falta de gimnasia que tienen en esto de establecer una comunicación mediante un llamado que implica una conversación voz a voz en simultáneo. Los Centennials no necesitaron respirador para superar el apagón, apenas fue un leve resfrío ya que están inmunizados por su principal canal de relacionamiento en redes: Tik Tok. Los Baby Boomers, los menos afectados y en un punto más agradecidos, volvieron al seno de su génesis, un mundo sin redes, un mundo de conversaciones en directo, sin interrupciones por las irrespetuosas miradas de reojo hacia la pantalla atraídas por el tirano sonido de un mensaje entrante.
Alguna vez escuché en una conferencia un número que me asustó, pero que tristemente no llegó a impactarme al punto de hacer algo al respecto. Las personas desbloqueamos nuestro teléfono móvil más de 190 veces al día. Un número que pone el sello a todas las pruebas que sostienen nuestra adicción a la telefonía móvil y en particular a las redes sociales.
A nivel empresa la caída de las redes supuso una situación ya más seria para aquellos emprendimientos e incluso empresas que, aprovechando la gratuidad de las redes, establecieron Instagram y WhatsApp como canal de relacionamiento con sus clientes. Innegable la oportunidad que estos medios le dieron a los emprendedores para facilitar la construcción de un negocio. Años atrás, antes que existan las redes y los sistemas de gestión de contenidos “enlatados” como Prestashop o Wordpress, la inversión inicial de hacer un espacio en la web implicaba un costo altísimo a partir de que el desarrollo del mismo era a medida. A ello se sumaba el costo del hosting y del mantenimiento, y si nos vamos una década atrás, el montaje de una empresa requería una infraestructura aún más costosa: espacio físico, mobiliario, instalación de líneas telefónicas pagas, entre otros costos fijos. Por todo esto, no vamos a demonizar a estas redes sociales que hicieron de la competencia un juego más democrático. Pero lo cierto es que el lunes muchos emprendedores vieron “cerradas sus puertas” y sus ventas se cayeron porque su sistema comercial está construido en base a dos redes gratuitas de las cuales no había “soporte técnico” a quién reclamar.
Los daños sufridos no fueron más graves que las caídas que experimentan eventualmente las empresas que tienen software contratado, en donde más de una vez hay caídas de los “server” que paralizan por un par de horas sus actividades. En resumen, la caída por seis horas de las redes sociales, prácticamente no tuvo víctimas que lamentar, más allá de algunos heridos. Incluso estoy dispuesta a firmar, que en muchas empresas en donde los procesos no implican el uso de redes, la productividad se incrementó gracias a la ausencia del tremendo distractor que es el teléfono móvil para el personal.
Muchas personas manifestaron que el lunes, fue una especie de spa purificador y que pudieron disfrutar de una sensación de libertad ante la ausencia de WhatsApp e Instagram. Esa sensación me remitió a la primera semana de pandemia, ese fin de marzo de 2020 donde para muchos prometía ser una semana para reconectar con nuestro círculo más íntimo y nuestros hogares y la idea parecía hasta un punto terapéutica.
La pregunta es, ¿qué pasaría en el caso de que la cuarentena obligatoria de estar redes hegemónicas perdurara durante meses tal como vivimos el aislamiento en la pandemia? ¿Cuánta dependencia tenemos de estos canales de relacionamiento? ¿Cuán preparadas están las empresas para sustituir dichos puntos de contactos y adecuar sus negocios a otros formatos de relacionamiento? La gratuidad de las redes trae consigo la imposibilidad de reclamos a quien presta el servicio, y en ese punto, si tu empresa se sustenta con un sistema de relacionamiento en donde casi exclusivamente las conversaciones y transacciones se canalizan por whatsApp e Instagram, entonces, andá a llorar al campito.
Lic. Evangelina Darsie, Docente de la Universidad Blas Pascal y Consultora, Especialista en Comunicación y Gestión de las Organizaciones.